«¿De verdad crees que tu abuelo necesita una máquina para eso?«
La primera saga de Eternal Warrior nos planteaba un concepto interesante, que no novedoso: un guerrero inmortal al servicio de los dioses y presente en todos los campos de batalla de la historia de la humanidad se cansaba de hacerle el trabajo sucio a los seres para los que trabajaba y se retiraba a vivir una vida más tranquila hasta que el pasado volvía a por él y le obligaba a coger las armas una vez más. Al final del anterior tomo toda esta violencia se vio traducida en la muerte de la diosa que había estado ‘empleando’ a Gilad desde hace centurias y con la amenaza de que esta muerte traería problemas en el futuro.
Lo que nos encontramos nada más comenzar esta nueva entrega es que dos mil años han transcurrido desde que Gilad abandonara las armas definitivamente y el mundo ha evolucionado desde entonces a una distopía en la que la humanidad se ha visto diezmada y los supervivientes han sufrido un retroceso cultural hasta una época cercana a la Edad del Hierro en ciertos sentidos con ligeros toques medievales para hacerla un tanto más civilizada. En medio de este panorama, un Gilad envejecido y feliz se dedica a disfrutar de su eternidad en compañía de unos aldeanos que conocen su secreto y lo tratan como a un anciano venerable y no como a un monstruo.
«¿Puedo matarlo ya, Caroline?«
Pero, como siempre, ninguna felicidad es eterna y la llegada de una amenaza de tiempos ya olvidados obligará una vez más a nuestro protagonista a ceñirse la corona de Emperador y recoger la espada para salvar a unos inocentes que depositan sus esperanzas en sus ya envejecidos hombros. La saga de Emperador Eterno lleva a Gilad y a su nieta Caroline de viaje a través de los escenarios post-apocalípticos de una Tierra que ha vuelto a florecer tras librarse del pernicioso influjo humano y nos plantea la elección entre la salvación de los seres humanos y la del entorno que los cobija.
Esta segunda saga nos trae, al fin, al mejor Greg Pak. Al que recordábamos de Planet Hulk nada menos. El guionista combina a la perfección la paz interior del guerrero que ya lo ha vivido todo con la tensión de una humanidad que ya ha pasado lo peor y que ahora busca volver a renacer de entre las cenizas de lo que un día fueron. Volvemos a ver aquí, como en la obra que lo encumbró, a un personaje que cree haber logrado la redención y que ha logrado hallar el equilibrio para todas las emociones que un día lo poseyeron. Al margen del desarrollo y el desenlace de la historia, Pak nos muestra en esta saga a un ser que, tras vivir miles de años, ha pasado de ser un ‘matadioses’ a convertirse en lo más parecido a uno de ellos, con el destino de los últimos remanentes de la humanidad en sus manos y con la responsabilidad en la balanza entre ellos y el planeta al que sigue rindiendo pleitesía.
«Están asustados, desesperados. Simplemente, esperan a que diga algo«
Al lado de Gilad, Caroline representa la fuerza oculta de los seres humanos para luchar y seguir adelante pese a todas las adversidades. La nieta del Emperador Eterno, con su inocencia y su curiosidad, es en la que el viejo guerrero se apoya para tomar las decisiones que van a cambiar el destino de los suyos. Pero a la vez Greg Pak se apresura a mostrárnosla como la fuente de posibles desgracias futuras para la renacida población mundial. Ya se sabe: «La curiosidad mató al gato».
Robert Gill hace un trabajo estupendo ilustrando este álbum, si bien a veces peca de una excesiva falta de ambición a la hora de recrearse con las grandes escenas de acción los escenarios de campo abierto. Aleta, además de la historia principal, nos permite disfrutar de una extensa galería de portadas alternativas y bocetos de algunas de las escenas más importantes de la historia. Con este tomo ponemos fin (con más preguntas que respuestas y con la pena de no disfrutar del buen hacer de Greg Pak durante algunos números más) hasta que Aleta traiga a España el recién editado Wrath of the Eternal Warrior que guioniza Robert Venditti para Valiant Entertainment.
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