En 1992, Bernard Rose dirigió la primera entrega de Candyman, una cinta sobre un asesino que atacaba a sus víctimas cuando decían su nombre varias veces frente a un espejo. Ahora, casi treinta años después, Hollywood ha decidido recuperar al personaje y su mundo, con un nuevo enfoque, una nueva motivación y con una fuerte carga social alrededor del Black Lives Matter. Y es que se nota mucho la influencia de Jordan Peele en el guion de esta, ya que sigue la corriente que hemos podido ver en sus dos películas, Déjame salir y Nosotros, en donde el terror estaba enmarcado dentro de una denuncia social, una denuncia a la supremacía blanca y al trato al que eran sometidas las personas de color, creando esa atmósfera asfixiante mediante las imágenes que se iban sucediendo en pantalla. Nia DaCosta, próxima directora Marvel con The Marvels, coescribe el guion y dirige con un pulso firme dándole personalidad a una película que podría haber salido realmente mal, pero que al enfocarlo como una secuela/reboot de la original, consigue mantener al espectador pegado a la pantalla durante sus poco más de noventa minutos.
Aunque al principio puede parecer que nos encontramos ante una adaptación de la cinta original, como he dicho antes, rápidamente nos damos cuenta de que estamos ante una secuela, porque los acontecimientos que se vivieron en la primera entrega están vigentes en esta. Por lo que es recomendable revisionar la original antes de ver esta, aunque es cierto que dentro de la misma te hacen un resumen de los puntos más importantes para hacer avanzar la trama. Aquí, la historia es que un pintor que está en horas bajas intenta buscar una nueva pieza que lo pueda colocar en el disparadero, para ello se inspira en los acontecimientos originales de la historia de Candyman, pero con ello lo único que hace es despertarlo de nuevo y que vuelva a ir a cazar a todos aquellos que duden de su existencia o que digan su nombre cinco veces delante del espejo. Y a medida que avanza la cinta nos vamos dando cuenta que Candyman, más que asesinar gente porque sí, va dando caza a todos aquellas personas que están haciendo de las personas de color un mundo horrible. Es más, en una de las secuencias más violentas, se puede ver el parche de Black Lives Matter, después de que un grupo de estudiantes increpara a una joven de color.
Y es que la carga política, social y racial está más arraigada que nunca dentro del género. Al final, el cine de terror no solo sirve para que nuestra adrenalina se dispare cuando sentimos una amenaza, sino que también ahora remueve conciencias, remueve cosas dentro de nosotros que posiblemente antes no se hacía. Esta nueva corriente del cine de terror es más que sobresaliente, pues que el género sea capaz de crear mensajes de denuncia, mensajes que consigan que pasar dos horas dentro de una sala de cine no sea vacía y que la gente pueda disfrutar de cosas distintas. Es por eso por lo que películas como Déjame Salir, Midsommar, La bruja e incluso, sin ser de terror, Black Panther han conseguido hacer que el mensaje de Black Lives Matter. Y esto es lo que más diferencia a todas estas películas de las que se veían antes, ahora el mensaje importa mucho más que el terror en sí y, muchas veces, el mensaje es mucho más terrorífico que asustarnos con jump scares de manual y que al final no dan ni siquiera susto.
En definitiva, Candyman (2021) es un muy buen producto, con una buena factura y con un mensaje más actual que nunca. Es una cinta que consigue sembrar tensión con sus imágenes y más de un susto puede dar. Nia DaCosta consigue una cinta más que digna, mejor que la original y que sabe perfectamente que ofrecer. Además, el juego que hace con las sombras chinescas y marionetas es maravilloso. Una cinta que vale la pena ver.
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