Macbeth

Macbeth: La universalidad de la ambición

William Shakespeare no hizo más que hacer globales aquellos sentimientos que cada ser humano guarda para sí hasta que llega ese momento clave en el que cada uno de ellos sale a relucir sembrando a su paso una tragedia tan épica que pocos podrían sobrevivir a ella. Incluso el amor, aquel soñado y perseguido por tantos, aparece desconsolado y aparentemente digno de evitarse en Romeo y Julieta. Los celos, la duda, la venganza… Ninguno escapa a las escrituras de quien logró perdurar a lo largo de los siglos e hizo de lo que cada uno llevamos dentro una faceta difícil de ocultar. No se engañen. Shakespeare sacó a la luz todo aquello que cada uno ha luchado por esconder e hizo de la vergüenza un redil más en el que dar rienda suelta a los más oscuros deseos de quiénes se vieron inmersos en una vorágine de situaciones tan complicadas de capear como si de una mala tormenta se tratase. La universalidad de los temas que propuso no fue más que una exposición de lo miserable que puede llegar a ser el ser humano cuando se trata de conseguir sus propósitos más negros.

 

Michael Fassbender y Marion Cotillard

 

Las obras menores de Shakespeare no desaparecieron del universo cinematográfico. Muchas se adaptaron de la mejor manera posible sin llegar a destacar por encima de las llamadas obras clásicas del Bardo con mayúsculas. No restemos valor al esfuerzo. Sin embargo, y a riesgo de caer en un bucle general del que sea difícil escapar, son los grandes clásicos los que han sobrevivido al envejecimiento de la adaptación. Macbeth ha sido una lectura tan manoseada que bien podría haber caído en las redes de la mediocridad hace ya varios años. Las intenciones y logros de Akira Kurosawa en Trono de sangre hicieron que cualquier adaptación posterior quedase siempre a la sombra de este juego de genialidades que hizo replantearse a muchos si realmente es posible ir más allá de lo que las páginas eternas nos ofrecen. Y lo cierto es que lo consiguió.

 

Aun con las (demasiadas) ocasiones que se ha llevado al cine esta historia de ambición y violencia desmesuradas, el intento del director Justin Kurzel no puede calificarse de superficial. La responsabilidad es, con toda probabilidad, el terreno más inestable en el que podría moverse. Y Kurzel se mete de lleno y sin ningún tipo de contención en la adaptación de una obra tan manida que lo corriente es pensar que no se puede hacer más que lo que ya se ha hecho en el pasado, que intentarlo de nuevo es solo una pérdida de tiempo e, incluso, un insulto a ese escritor que cambió el rumbo de la literatura. Kursel, en su intento de no dejarse persuadir por lo anterior, consigue aquello que no se logró anteriormente: una película que va mucho más allá de la simple necesidad de pelear por mantener la vista firme. Su mayor logro ha sido devolver a Macbeth la dignidad se le había robado a fuerza de repetir patrones casi absurdos en la gran pantalla.

 

Michael Fassbender

 

El Macbeth de Kurzel intenta ahondar en ese contexto clásico del que muchos quisieron escapar y que pocos lograron dejar atrás. La atmósfera en la que sitúa a cada uno de los personajes no hace sino encuadrar una tragedia que parece no tener cabida en el ámbito moderno en el que pretende situarse un clásico de tal calibre. La inundación de violencia desmesurada, de visceral ferocidad y de entrañas prácticamente rebasa el umbral en el que bailan la barbarie y la obra maestra. Esto únicamente es obra y milagro de Adam Arkapaw, quien lleva la fotografía a otro nivel, uno casi desconocido para el ojo inexperto y tan sangriento y brutal que pocos podrán pasar por alto un manejo tan sobresaliente de la imagen.

 

Macbeth, el que nos ocupa y no otro, no es un largometraje perfecto. Son varios los detalles que hacen que la grandiosidad de la que presume a lo largo de sus 113 minutos rebaje un nivel al que podría aspirar sin apenas proponérselo. La lírica peca de excesiva si se une al trasfondo que quiere alcanzar y que logra solo en ciertas ocasiones. Pero es la valentía con la que Michael Fassbender y Marion Cotillard llevan a cabo sus interpretaciones la que salva esos pequeños resquicios de imperfección que apenas ensombrecen un trabajo sobresaliente. Lo que Fassbender consigue no solo pasa por dar vida a un personaje icónico, marcado por el paso del tiempo y la fuerza de aquellos que se pusieron en su piel en el pasado. Consigue convertirse en un héroe hasta cuando el personaje es el peor de los villanos, únicamente por la estrecha convicción de que ha perdido la razón y tiene que aferrarse a la poca que le queda. La perfección es imposible, pero Fassbender no tiene reparos en buscarla desesperadamente. Por otro lado, Cotillard convierte a Lady Macbeth en algo más que un ser humano frío, ambicioso y tremendamente influyente. La fragilidad de la que presume se hace invisible en un mar de cielos infernales y ríos de sangre.

 

Michael Fassbender

 

La eternidad a la que se ve sometida Macbeth es sin duda uno de esos lastres que casi ninguna obra se ve obligada a arrastrar. Y esto supone también que la idea de adaptar una historia como esta haya pasado por tantas cabezas que soportar desastres que tengan la ambición y el regicidio como protagonistas podría terminar convirtiéndose en una costumbre. Sin embargo, el trabajo de Justin Kurzel demuestra que la visión clásica no es más que una característica de la comodidad y que el riesgo, aunque no lo parezca, es siempre un sinónimo de que la valentía en el cine todavía tiene un hueco.

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