Para hacernos una primera idea, Puro vicio (Paul Thomas Anderson, 2014) vendría a ser una suerte de Miedo y asco en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998) sin su desmedida psicodelia y protagonizada por el Nota de El gran Lebowski (Joe Coen, 1998). Esta adaptación de la novela homónima de Thomas Pynchon narra la investigación de un detective privado estructurada a través de los encuentros de este con los personajes más variopintos de pululaban en Los Ángeles de los años 70.
A partir del texto de Pynchon, el cineasta elabora el retrato de una sociedad decadente, perdida entre la tentación de la corruptela y de sus más bajas pasiones, una sociedad que ha perdido la inocencia y se ve arrastrada por sus propios vicios –los mismos a los que hace referencia el título original del film, Inherent Vice. Al igual que la corrosión es un vicio intrínseco del metal o la humedad lo puede ser de una pared, el ambiente social y el mismo paso del tiempo tiende a causar estragos en nosotros. Es parte de nuestra naturaleza; que es lo que en el fondo, sin entrar a enjuiciar, propugna Puro vicio.
Paul Thomas Anderson radiografía la pérdida de la inocencia americana (aspecto que se materializa en el arco evolutivo que describe principalmente el personaje de Owen Wilson), la época que ha marcado el devenir de los EEUU en las últimas décadas; gesta lo que podría considerarse el segundo capítulo de la crónica del final del sueño americano que iniciara en Boggie Nights (1997). Ambas obras además, juntas, forman un tándem que complementa el hondo retrato de la Norteamérica contemporánea del que forman parte The Master (2012) y Pozos de ambición (2007).
Noir postmoderno
Joaquin Phoenix se presenta como nuestro guía en este desatado y paranoico viaje que a pesar de su apariencia formal tiene mucho de noir clásico. Su esquema y elementos canónicos están muy presentes –al igual que en la novela original–, siendo trasladados con maestría al contexto de los alucinógenos años 70, por donde se dejan ver los personajes más extravagantes y desaforadas de una contracultura ya decadente: actores comunistas, dentistas metidos a traficantes de drogas, motoristas nacionalsocialistas… sin olvidar a los hippies metidos a agentes encubiertos e incluso policías con complejos freudianos.
Puro vicio defiende, así mismo, un sentido del humor muy particular, más interesado en provocar, en desconcertar, y en mostrar la realidad tal como la percibe su protagonista, que en buscar la risa abierta del público –no por ello escasean estos momentos. Se busca sobre todo la complicidad del espectador, que siga a Doc Sportello en su travesía y se convierta en uno de los muchos cómplices que le acompañan. Desde ilustres intérpretes como Reese Witherspoon, Benicio del Toro o Martin Short –sin olvidar al que se presenta como su alter-ego, Josh Brolin– a la certera composición de Jonny Greenwood (Radiohead), que sintetiza la la doble vertiente alucinógena/clásica que desprende el film.
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