Nuestra historia reciente posee capítulos dignos de ser llevados al séptimo arte. Porque dado todos los ingredientes que se ven tantas veces en las manufacturas hollywoodienses, como asesinatos, torturas, juicios, búsqueda de la verdad, etc., nuestra sociedad también recuerda dolorosos conflictos provistos de la intriga y enjundia necesaria. El caso del secuestro con su consiguiente tortura de Joxean Lasa y Joxi Zabala, dos miembros de Eta, es un ejemplo sugerente para ver en pantalla grande.
De eso se ha encargado Pablo Malo. Él recoge el suceso mediante dos líneas temporales: la que habla de la apertura del sumario a partir de 1995, y la anterior, más atroz: esa que explica cómo el GAL cogió a los chicos en Bayona, les torturaron en el Palacio de la Cumbre en San Sebastián y les asesinaron en Busot (Alicante).
Pese al título, es el letrado, aquí con la cara de Unax Ugalde, el que lleva la voz cantante en la trama. Él es Íñigo Iruin, el abogado de las familias de los chicos. Pero el masculino reparto es amplio, en ambos bandos: Oriol Vila, Francesc Orella, Jon Anza (Lasa), Ricard Sales, Cristian Merchan (Zabala), Iñigo Gastesi, etc.
La finalidad del thriller es buena, pero la forma, todo lo que a la cinematografía se refiere, se queda corto. Dejando a un lado los términos de maniqueo o manipulación, la producción queda en un producto sin personalidad propia, incapaz de impactar en sala aún con la violencia y frialdad que manan las imágenes. Pese a la dureza, la relevancia política y todo el significado que conlleva el famoso asesinato, la producción está más cercana a una sesión de telefilme que a una película basada en hechos reales. Posturas políticas aparte, el filme se pone de lado de las víctimas, sean quien sean éstas. Las escenas del martirio y del asesinato no son en absoluto compasivas.
El guion apenas cambia la historia: hay un personaje ficticio, Fede, el ayudante de Íñigo, hecho para acentuar más la relevancia del personaje del jurista. Respecto a las partes del juicio, la realidad juega en contra de la verosimilitud de la película. El argumento se apoya en todo momento en los hechos acontecidos en el litigio, y su resultado plasmado en los diálogos es irreal. A esto se ha de añadir que el elenco actoral, en su conjunto, está desentonado –sean o no verdad las fastuosas frases dichas durante el pleito-, igual que en la mayoría de las secuencias del largometraje.
Malo se centra en adaptar el hecho en película, un trabajo que dada su envergadura se va a mirar con lupa. Su cometido era señalar esta salvajada, y efectivamente lo consigue. No hay ápice de compasión, pero la barbarie queda muy compacta y lejos de la emoción. Su trabajo está muy bien ambientado y documentado. Pero se deja en el camino la dirección de actores, una imagen más laboriosa (esos ostentosos títulos de crédito restan credibilidad a la trama), y un guion más convincente, que quizá se habría conseguido si se hubiera alejado del sumario del caso.
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