El biopic es un género peliagudo: hay que estar pendiente al mínimo detalle con ellos. Al primer descuido con la trama, la cinta patina -mejor dicho, el argumento- y se convierte en una sucesión de momentos cumbres de la vida de tal persona, y pasan a ser productos carentes de alma. Por fortuna a Escobar: Paraíso perdido no ha sufrido esto.
La primera película de Andrea Di Stefano (actor de Antes de que anochezca, La vida de Pi) no habla del popular narcotraficante. Él se centra en Nick (Josh Hutcherson), un joven surfista canadiense que va de vacaciones a Colombia a practicar su pasión. Qué mejor contexto para enamorarse de una guapa paisana, María (Claudia Traisac), que le introduce en su cultura, en sus costumbres y en su familia. Y no podía el chaval haber elegido una estirpe más autóctona, porque la chica es sobrina de Pablo Escobar (Benicio del Toro).
Di Stefano ha contado con dos puntos fuertes para hacer brillar su opera prima: el primero es el casting. Se ha rodeado de buenos actores y les sabe dirigir, algo crucial para que el filme no se convierta en un título de sobremesa, monótono e insípido.
Hutcherson hace un buen protagonista y está a la altura. El chico se las apaña bien en las aventuras futuristas, pero también en la playa con chanclas. Y lo tenía difícil tanto en ficción como en la realidad, porque enfrentarse cara a cara con Benicio no es tarea fácil de primeras. La presencia del puertorriqueño queda perfecta, no es fácil hacer un secundario tan potente. Él y su mundo se plasma con sus dos caras. La debutante Traisac está a la altura y sabe poner en María toda la inocencia del pueblo colombiano, aquel al que Pablo vendió una esperanza. Mientras, Carlos Bardem se encarga de personificar -una vez más- la cara antipática de la mafia, convertido en sicario de Escobar.
Y el segundo matiz que ha precisado el director es que, como se ha precisado al inicio, no se centra en la figura del político. Ha sido una buena idea poner de fondo a la figura del capo mafioso y elevar como protagonista a Nick; de este modo el espectador, sobre todo el anglosajón, a la vez que el joven turista, comprueba en qué consiste involucrarse de la noche a la mañana en tan conflictivo mundo.
Al patrón Escobar se le ve su cara amable todo el rato, su vida cotidiana en ceremonias familiares, su faceta de padre o de aclamado político salvador de los desfavorecidos, mientras que la cara atemorizadora se la presenta sólo al chaval.
La historia de amor sirve de hilo conductor para penetrar en el hampa colombiana de los años noventa. Recae en el estilo Romeo y Julieta pero afortunadamente no se ceba en ello y queda de fondo para mostrar una acción más sanguinaria con un dispendio de balas por doquier. Eso también es recaer en tópicos, cierto, pero es mucho más interesante que el idilio, que queda bastante encorsetado. El montaje juega bien con la intriga y el ritmo hace que el espectador mantenga la angustia por el chico ante todas las tesituras en que le pone Pablo.
La coproducción ha salido con fluidez y bien parada. Por todo esto, el cineasta ha sabido comenzar bien en las lides de dirigir. Su trabajo es fácil de digerir, es entretenimiento bien hecho y con buenos actores.
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