«El mundo está loco». No, son las circunstancias, las creadas por el ser humano, quienes ponen al mismo en tesituras que hacen que al final éste diga: ¡No puedo más! El consumismo, el estado de bienestar, el papeleo, la burguesía, las formas establecidas para ordenarnos la vida… Normal que a veces la única vía posible sea reventar.
¿Para qué contenerse? Si a veces ser políticamente correcto juega en nuestra contra. No nos reprimamos. Eso es lo que vocifera Relatos Salvajes. La procedencia es argentina, pero el sentimiento es universal. Damián Szifron firma estos breves cuentos y crea a estas lindas criaturas, cuyo único revulsivo efectivo es estallar. Si es que la contención en la que uno anda encorsetado en el día a día no es facial, por eso Damián Szifrón hace una crítica con sus historias al sistema que reprime nuestro interior.
El argentino hace un estudio sobre los instintos de los hombres, que a veces roza con el animal. Nuestro cerebro de ser evolucionado tiene la capacidad de visualizar situaciones futuras cuando percibimos algo que no nos gusta. En esa parte choca nuestro instinto primario y la razón. Ese dilema es el que pasa por la cabeza de los protagonistas. Y nosotros, como sus iguales, les entendemos tan bien… Maldito sea el progreso.
El largometraje se divide en seis episodios, cada uno con personajes y circunstancias distintas. Algunos movidos por venganza, otros confusos ante tanta coincidencia, otros sumidos en serias disyuntivas o enjaulados en la horrible burocracia, o asistiendo a la boda más corrosiva que alguien pudo imaginar. No es raro que detrás este cúmulo de personas al borde de un ataque de nervios esté Pedro Almodóvar y El Deseo en la producción. Una vez vista la pieza se entiende que el manchego se haya interesado por esta ácida comedia.
El director recoge a los actores de primera categoría de su país; unos en Europa nos suenan más que otros, pero las actuaciones son todas encomiables. Darío Grandinetti, Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Oscar Martínez o Erica Rivas. Son los seis protagonistas de diez, que se dejan ubicar por Szifrón en espacios más allá de los límites de la paciencia. La dirección de actores es magistral, brillante pero sin perder el halo natural.
Con distintos colores y diversos tonos, el cineasta realiza cada crónica separadamente, pero al coserlos los 115 minutos resultantes quedan lineales, creíbles y con lógica. Algo difícil en las películas formadas a base de sketches -que no de historias cruzadas-, pero el realizador ha salido airoso y forja un compendio de humor negro valiente, desenfadado, mordaz y además muy crítico con el sistema.
Después de las carcajadas, tocará pensar en el trasfondo. Y comprobarán que a muchos ya les gustaría reaccionar así dentro de su ordenada vida. La película es una catarsis perfecta para la crispación que a día de hoy se vive. Pero mejor no revelar mucho: mejor que la tragicomedia sorprenda. La Pampa no puede presentar candidata mejor a los Oscar. Ningún país ofrecerá otra igual de salvaje. Al menos no tan divertida. Ojalá tengan suerte.
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