Hoy nos detenemos en la línea manga de la editorial ECC para hablar de Bárbara, de Osamu Tezuka, escrita originalmente entre 1973 y 1974 y que la empresa española ha sacado a la venta en formato rústica a un precio de 20€. ECC nos da la oportunidad, pues, de descubrir a uno de los autores más infuyentes de la escena japonesa, con obras tan icónicas como Astroboy o La canción de Apolo (también publicada por esta misma compañía).
Enmarcada dentro de la, llamémosla, etap oscura de Tezuka, en la que encontramos historias como Ayako, Bárbara se teje en torno a la relación que se conforma entre una vagabunda irascible y alcohólica, pero de inusitada belleza, y de un afamado escritor en horas bajas (que -entrecomillemos- perfectamente podría ser el propio Tezuka), que también se deja llevar con facilidad por su lado más irracional. La obra sigue una estructura de episodios autoconclusivos que, poco a poco, a medida que avanzan las páginas, se revelan como piezas de un mosaico en el que todo encaja y solo puede entenderse como un todo. El autor sortea bien la «obligación» de matizar el tono y atmósfera de la obra llegados al ecuador de la misma, condicionado por los comentarios de la crítica y público de la época.
A pesar de que por momentos pueda presentar una apariencia un tanto ingenua, Bárbara es mucho más compleja, esconde una cruda y oscura lectura, y hace una estupenda -y crítica- metáfora del mundo arte. No es descabellado pensar en que Tezuka concibe la obra de un modo catártico. No le falta ese punto trágico que le es tan característico, pero tampoco la comedia, haciendo de la obra una lectura muy entretenida.
El autor juega con elementos más propios del surrealismo y compone un relato que bebe, aunque sea de forma tangencial, de corrientes como el realismo mágico, para introducirse en la psique de su protagonista y explorar un mundo en el que las ensoñaciones son la excusa perfecta para retratar una imagen desinhibida y «libertina» de la sexualidad y las relaciones sociales. Tezuka aborda el arte desde varias perspectivas, la social, con su fama y excentricidades, y la personal, donde tienen lugar las dudas o la llegada de las musas. Incluso el cambio de rumbo que hemos comentado antes adquiere una connotación metalingüística, en la que la propia concepción de la obra sirve para analizar la definición del arte que explora el autor.
Todo ello narrado de una forma en la que a veces la ficción y la realidad se entremezclan de tal forma que resulta muy complicado diferenciar cuál es cuál, ilustrando -en cierta forma- el desenfreno de una mente creativa.
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