Sherlock

Sherlock: La remozada calle Baker

 

Se dice, no sin razón, que la serie protagonizada por el malogrado James Gandolfini cambió para siempre la forma de hacer televisión. Desde que Los Soprano cerrase su andadura mucho terreno le ha comido la caja tonta al cine y la manera de contar historias ha variado de forma prodigiosa, lo que ha posibilitado un sinfín de ofertas a cual más lustrosa. Sin embargo, alejándonos de la reina de las cadenas (HBO) y del mayúsculo músculo financiero estadounidense, la BBC en particular y Reino Unido en general es quien más ha potenciado la ficción seriada de valor, quizá desde mucho antes de que el capo por excelencia hiciese su primera aparición.

 

 

No es ninguna novedad, por tanto, hablar de la exquisitez británica como sello de calidad catódica. Los referentes datan de décadas atrás con los ejemplos más variopintos pero es con la aparición de las facilidades de comunicación cuando la televisión de las islas de verdad ha abierto mercado y elevado su público. El mejor ejemplo de esta nueva expansión viral es el Black mirror de Charlie Brooker, estupendo juego de mentiras, ilusiones y tramas enrevesadas con, precisamente, la tecnología como foco central.

 

Pero si hay un personaje que debía ser traído de vuelta con un lavado de cara ese es el detective privado más famoso de toda la imaginería victoriana. Cierto es que las traslaciones a la pantalla de las aventuras del excéntrico personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle no han sido pocas y muchas de ellas de un calibre elevado, versión cinematográfica del gran Billy Wilder incluida. Pero nadie se había atrevido a extrapolar sus deducciones a un ámbito actual, al menos con tamaño atino.

 

 

Sherlock

 

 

Hasta que en verano de 2010 apareció Sherlock, serie de la BBC consistente en 3 episodios de 90 minutos de duración por temporada. Los ingleses tienen su forma particular de hacer las cosas y en lugar de aprovechar decorados y equipo en temporadas de veintitantos capítulos prefieren concentrar las tramas en lo que ellos llaman miniseries pero podrían considerarse perfectamente largometrajes. Porque, en efecto, eso es Sherlock: cada capítulo es un filme que sin ningún problema podría (debería) proyectarse en salas comerciales. Hora y media parece ser la duración perfecta para que las pesquisas de Holmes y su querido Watson tengan el ritmo preciso, sin caer en el aburrimiento ni precipitar acontecimientos desmadrados. Aporta además la posibilidad de trabajar un aspecto clave en el personaje: cualquier espectador medio que degluta ficción con asiduidad se siente capaz de ir por delante del argumento; con el investigador de la calle Baker esto no es una opción sino una necesidad y la serie ofrece al espectador millones de recovecos por los que pueden transitar sus propias teorías (que en su mayor parte resultarán erróneas).

 

El programa cuida hasta el último detalle de forma astuta, elegante y rindiendo pleitesía a los elementos más icónicos del original. No faltan los guiños a las historias más famosas, de las que beben todos los argumentos. Sin embargo, lo que diferencia esta adaptación de la de Guy Ritchie (por ser coetáneas) es que no sólo aprovecha los avances tecnológicos para hacer espectaculares relatos ya de por sí trepidantes, lleva el uso de todas esas herramientas de las que hoy se dispone a las manos y la mente del protagonista, extrapolándolo al siglo XXI de manera sutil y perfectamente trabajada.

 

Es palpable en los libretos la autoría de sus creadores. Steve Moffat y Mark Gatiss son dos escritores con una larga trayectoria en televisión, el primero como guionista de varias series pero conocido sobre todo por su trabajo en la nueva versión de Doctor Who; el segundo es, además de escritor de novelas, miembro del maravilloso grupo cómico The league of gentlemen (creadores del mejor terror cómico que se pueda recordar), guionista y actor (interpreta al hermano de Sherlock, Mycroft, en la serie). Ambos han encontrado el tono idóneo con el que aunar los métodos detectivescos tradicionales y el atrevimiento implícito en todo procedimental moderno que quiera perdurar en el tiempo.

 

 

Sherlock

 

 

Pese a que todo esto resulta atractivo de por si, no habría supuesto una formidable sorpresa de no ser por el reparto. Plagado de desconocidos para el gran público ha supuesto un trampolín para muchos de los rostros que aparecen en el show. El primero, por supuesto, Benedict Cumberbatch, quien con su inquietante interpretación de Holmes ha dado un vuelco absoluto al personaje, pero por encima de ello se ha ganado un puesto envidiable en la agenda de los directores más importantes del planeta. Interpretando a su sempiterno acólito se encuentra la cara más conocida del reparto en un primer momento: Martin Freeman es uno de esos actores que siempre está ahí y en los que poco se repara pero su Watson le ha reportado el papel más importante de su carrera dando vida al hobbit de Peter Jackson. Quien más destaca entre los secundarios es Andrew Scott, el turbador Moriarty que nada podía demostrar en la primera temporada pero aprovecha la oportunidad que le dan en la segunda para desmarcarse como un estupendo psicópata. La lista de invitados está conformada por intérpretes con fama en televisión poco reconocibles fuera de sus fronteras: Katherine Parkinson (Los informáticos), Lara Pulver (True Blood), Russell Tovey (Him & Her).

 

Habrá que esperar para ver nuevas andanzas hasta finales de año pero con el seguro de que por lo menos habrá dos tandas más de capítulos. Entre tanto, siempre quedarán los seis primeros episodios para saciar el ansia.

 

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