Han pasado 15 años desde que Derek Zoolander y Hansel pusieran patas arriba el mundo de la moda. Resistiéndose a pasar de moda vuelven una vez más a la pasarela en una nueva película que muchos fans llevaban años esperando.
Zoolander No. 2 tiene un inicio prometedor. Sabe hilar perfectamente el desenlace de la anterior película, que cerraba con un happy ending que dejaba contento a todo el mundo, y rellena las biografías de Derek y Hansel durante estos 15 años de forma muy divertida y coherente con los personajes. Aquí se agradece mucho la labor del equipo de guionistas, encabezado por Ben Stiller (quien además vuelve a sentarse en la silla del director) y Justin Theroux, que también cuenta con una pequeña participación en la película.
Hay un intento de recuperar la comedia ácida y paródica de la original, que hacía un inteligente ejercicio crítico sobre el mundo de la moda. Sin embargo, con el paso de los años, los motivos solo los conocen sus responsables, el humor se ha vuelto mucho más blanco. Y salvo en un primer acto en el que se cumplen los sueños húmedos de una parte del público en torno a sus sentimientos hacia Justin Bieber y la actualización de las pullas hacia el modelo de negocio actual, tan “preocupado” por la conciencia planetaria o el comportamiento inconformista ante las cuestiones de género –lo que vendría a ser puro postureo hipster–, la propuesta se queda en un quiero y no puedo, Stiller tiende a inclinarse por el absurdo y un tono que recuerda a unos Farrelly descafeinados.
Zoolander No. 2 procura mantenerse fiel a la esencia del original (ofreciendo algunos guiños que despertarán más de una sonrisa), hasta que decide apostar por un tono más fantástico, llevando a sus protagonistas a un terreno más místico y mágico que no casa bien con la propuesta, o al menos con las expectativas que el público pudiera tener de ella. O se entra y se disfruta sin complejos, o se puede hacer muy tediosa. Esto, debido principalmente a un importante bajón de ritmo en el segundo acto, hasta que aparece un esplendoroso Mugatu, villano de la primera entrega y aquí relegado a un segundo plano.
Will Ferrell es (spoiler) junto a los cameos de Sting y Kiefer Sutherland lo más divertido de una película plagada de cameos y apariciones estelares. Muchos como los de Justin Bieber o Benedict Cumberbatch levantan más de una carcajada, mientras que otros (muchos a causa de nuestro escaso conocimiento del famoseo norteamericano), quedan como meras anécdotas. Quien tampoco termina de encajar es Penélope Cruz, demasiado rígida y seria para el descaro y surrealismo que impera en la película.
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