Bad Taste (Peter Jackson, 1987) o Braindead (Peter Jackson, 1992) son dos títulos que rápidamente vinieron a mi mente al salir del pase de Piraña 3D (Alexandre Aja, 2010). El referente del original – Piraña (Joe Dante, 1978) – lógicamente está ahí, pero el director francés, a diferencia de su predecesor, ha optado por llevar hasta el extremo las posibilidades macabras que el argumento y las nuevas tecnologías ofrecían, de ahí las evocaciones.
Aunque la premisa más básica sea la misma – unas pirañas asesinas salen de donde nunca deberían haber salido – Aja no se ha acomodado a la hora de dirigir la película, ha hecho una verdadera adaptación a los tiempos que corren. Sitúa la acción en unas vacaciones de primavera en las que los americanos tanto se desmadran, ha metido por medio a actrices y directores porno alocados, todo ello con sol, cuerpos esculturales y un montaje de videoclip.
Las verdaderas protagonistas de la función son las pirañas – algo que no ocurre en el original, por falta de medios principalmente -, trabajadas con esmero para que el 3D no sea un reclamo publicitario más como viene ocurriendo últimamente, pero está claro por otra parte que no tiene detrás a gente como George Lucas diciéndole lo que hay que hacer. Pese a todo, el resultado es más que óptimo, ya desde el guión, donde las escenas en las que el espectador se ve salpicado por la acción están perfectamente escogidas. Huelga decir que se recrea demasiado en algún que otro momento.
El reparto está configurado por actores de gran calibre venidos a menos e intérpretes de la caja tonta, de esos que parece que nunca conseguirán el estrellato en el cine.
En el primer grupo tenemos a Richard Dreyfuss y Christopher Lloyd – nunca se quitará de encima a Doc, pero ¡qué poco importa! – haciendo prácticamente cameos; Elizabeth Shue como la protagonista de la cinta, que los años pasen y la industria la ningunee no es acicate para que borde cualquier papel; y un sorprendentemente grande Jerry O’Connell, que se reencuentra con Dreyfuss 25 años después de la maravillosa Stand By Me (Rob Reiner, 1986), si bien nunca han compartido pantalla.
Hecho el repaso de la alineación titular, no puedo dejar de mencionar que una de las razones por las que salí convencido de la sala es el trabajo del plantel en su totalidad. Alguno de ellos sobresale, previsiblemente – el caso de Shue -, otros de los que no te lo esperas – repito, O’Connell nunca ha estado tan gracioso – y los demás aguantan el tipo de la manera más digna.
No obstante, el punto fuerte de la cinta no es ni su 3D, ni la estética gore, ni el reparto. Lo que de verdad hace que uno no se aburra y sus ojos no parpadeen es el montaje de sonido. Un aspecto al que poca gente le da importancia, pero que sin duda, es mayúscula. Más si cabe en esta película. El crujir de las tablas del muelle, los pasos bajo el agua pisando piedras, los continuos cambios dentro y fuera del agua. Todo ello está pensando y orquestado de una manera tan impresionante que duele que pase desapercibido de la manera en que probablemente lo hará.
Si bien el título no da confianza – que dejen de poner 3D detrás, por favor – es un largometraje recomendable para pasar una tarde entretenida. Si alguna vez en su corta trayectoria el 3D estuvo afortunado, ésta es una de esas escasas ocasiones.
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