Seamos sinceros: el mundo es injusto. Pero no lo es porque sí, sino porque los seres humanos nos afanamos en que dicho status quo se mantenga. Y, por supuesto, la culpa de ello nunca es nuestra, por lo que aceptaremos que cualquier pelele nos embauque con algún tipo de ensoñación de libertad entre los labios mientras se nos asegure que vamos a poder conservar nuestro modo de vida, por muy mediocre que éste sea. Pero, a veces, de entre la muchedumbre cansada de luchar para nada, salen hombres que cambian el mundo. Precisamente uno de ellos, blandiendo su espada en favor de la anarquía, se alza en la Inglaterra de un futuro apocalíptico en el que ya no existe ni África ni partes de Europa debido a las bombas. Y lo hace para combatir a los poderosos, porque de toda la vida son ellos los que han oprimido al pueblo.
Maquiavelo hablaba abiertamente en El Príncipe del pueblo como una masa atontada y bobalicona que quiere que los de arriba les presionen lo suficiente como para sobrevivir de manera holgada, mientras que los poderosos lo único que pueden hacer en sus vidas es infligir terror y controlar a los de abajo. Y quizás es al italiano al único que V no menta durante su amplio discurso en contra de la idea violada que tenemos de justicia, pero sin duda lucha contra quienes han elegido de dicho libro lo que han querido y lo han interpretado a su manera.
Y es que V, y con ello también Alan Moore, que es quien se encuentra detrás del guión de esta obra, es un tipo extremadamente culto y leído. En la época que le ha tocado vivir, en la que un único partido controla lo que comen, lo que escuchan, lo que leen y lo que deben saber, y en la que la cultura está prohibida, sólo uno es capaz de asesinar mientras defiende a una chica y a la vez recita versos de Shakespeare. Pero no todo se queda en la lírica. V es una idea, algo que no puede morir porque no habita en un cuerpo. V es aquello que los que intentan tener el control de todo no son capaces de controlar: la idea de libertad.
El mundo entero es un escenario. Y todo lo demás… es vodevil.
Un tío que ama las muñecas, otro que desea fervientemente a un ordenador. Gente que ambiciona el poder más que nada en el mundo y que haría cualquier cosa que esté en su mano por conseguirlo, o personas que se aprovechan de su situación para mantener el terror entre la población. Del primero al último, cada cuál es más sórdido que el anterior. Y, lo que es aún peor, más real y cercano. Porque llega un momento en el que te das cuenta de que V no se enfrenta sólo a aquellas personas que hicieron horribles experimentos con él hasta llevarlo casi a la muerte. Lucha contra los miembros de un partido que intenta dominarlo todo abrazando el fascismo. Pelea contra la policía corrupta que patrulla las calles. Mata no sólo por venganza, sino para que el resto del mundo sea libre.
La realidad se asemeja a un circo gracias al dibujo de David Lloyd, en el que todos y cada uno de sus habitantes no son más que meros payasos y títeres sin cabeza que cumplen sin pensar las órdenes de sus superiores. Hace exaltación de la anarquía, pero entendiéndola como una idea distinta al caos. Simplemente es un orden diferente, en el que los líderes no tienen valor, pero que sigue manteniendo unas reglas. y dichas normas no son las establecidas, sino las que salen de la revolución, del orden nuevo, de la insurgencia. Nacen de la lucha de la clase obrera que está cansada ya de vivir oprimida, de los que están hastiados de vivir bajo el sistema del pan y circo.
En el clamor de la insurrección es fácil olvidar el motivo por el que luchamos
Y así llegamos hasta hoy. Cada uno tenemos nuestra propia vendetta personal hacia algo, y evidentemente no nos vamos a poner a matar bajo una máscara para tomarnos la justicia por nuestra mano. En el fondo, todos somos Evey. Vivimos en la miseria de creernos felices con lo que tenemos, de anhelar lo que aún no poseemos y de pisarle la cabeza al de al lado con tal de seguir creyendo que somos libres. Pero «la felicidad es la cárcel más insidiosa de todas» y para ser plenamente libres hay que sufrir primero.
Y de nuevo Alan Moore se pone en la piel del villano salvador, del antihéroe, del paradójico justiciero… En definitiva, del loco. Porque tras leer V de Vendetta y otras obras del guionista (como puede ser la brutal pero documentadísima From Hell) lo que más claro tengo es que no elige sus personajes al azar, sino que se pone del lado del desequilibrado para darle la vuelta a la tortilla y demostrar que es la sociedad la que no se rige por las normas que ella misma ha impuesto. Esta rutina del haz lo que digo pero no lo que hago queda de manifiesto cuando es el malo de la película el que toma las riendas, y al final de lo que te das cuenta es que el loco es precisamente el más cuerdo de todos.
Y seguramente no le haría gracia al personaje inspirado por Guy Fawkes que la gente se esconda tras su careta para reivindicar cualquier cosa, algo que quizás ahora mismo es demasiado mainstream. Porque es fácil rebelarse contra un sistema establecido si el resto de la gente lo hace a la vez, pero muy complicado si se intenta llevar a cabo en solitario y a cara descubierta. Ir en contra de la iglesia, del machismo o del fascismo dominante tras una Tercera Guerra Mundial es lo realmente difícil de hacer, aunque sea a base de flores, fuegos artificiales y explosiones. Lo peor es que vivimos en esas circunstancias hoy, sin terminar de creérnoslo de veras, y sin alzar la voz. Seguimos esperando a alguien como V que nos salve y que nos devuelva, de una vez por todas, la libertad que nos han robado.
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