Las parejas artísticas de renombre siempre han vendido bien en taquilla y revistas y en su momento se convirtieron en el estandarte de la época dorada de Hollywood: Fred Astaire y Ginger Rogers, Abbott y Costello, Laurel y Hardy. De nueva cuña también pueden encontrarse varios ejemplos: Scorsese y De Niro (ésta de no tan nueva), Scorsese y DiCaprio, y una de las más veteranas, Steven Spielberg y Tom Hanks.
Ya sea como productores o como director e intérprete, la dupla formada por ambos ha entregado a lo largo de los últimos 15 años un buen puñado de obras para el recuerdo. Desde la maravillosa serie para HBO Band of brothers (2001) hasta la fallida La terminal (2004) pasando por el clásico bélico Salvar al soldado Ryan (1998). Tomando como referencia la estructura de ésta última se presenta El puente de los espías, una cinta en la que el protagonismo absoluto es para Hanks en una misión de rescate en tiempos de guerra.
La guerra no es la misma y las escenas del bueno de Tom no son tan fatídicas. Sin embargo, la epopeya en la cual debe arriesgar su vida por salvar la de un soldado del ejército americano se repite. El puente de los espías es una película cocinada con la receta habitual de ambos: amabilidad, patriotismo disimulado, ciertos toques de épica y el sentido del humor más blanco para equilibrar el peso dramático.
Pese a su previsible evolución y a no superar ni en calidad ni en originalidad a muchos de los grandes títulos de Spielberg, el filme vuela como puro entretenimiento, contando dos historias que tienen un mínimo hilo en común pero resultan igual de interesantes. Quien espere ver elementos bélicos estallar de forma espectacular o trucos de cineasta deseoso de demostrar sus habilidades no lo encontrarán, pues el experimentado director ha dejado a un lado malabarismos para impregnar el metraje con su sello inconfundible y no ofender a nadie. Cosa que consigue, pero por poco, ya que la falta de tacto que se hacía presente en Amistad (1997) hacia los españoles puede verse aquí hacia los alemanes y los rusos.
Al margen de los devaneos nacionalistas de Spielberg, las aventuras de James Donovan, un abogado obligado a negociar el intercambio de espías durante la Guerra Fría son un placer para el espectador. Primero porque Hanks sabe cómo desenvolverse con soltura en un papel ideado a su medida: padre de familia modélico, abogado ejemplar y dedicado a la salvación de los inocentes como el que más. Lo lleva haciendo ya tanto tiempo que lo borda por instinto.
Y segundo porque detrás del libreto están los hermanos Coen, que si bien se dejan aquí de fruslerías y surrealismos, serían capaces de imprimir un ritmo vertiginoso incluso a una sesión del Congreso de los Diputados. La lástima es que su sentido del humor se vea cohibido por el carácter familiar de la obra, lo que hace que no puedan desmadrarse como sí lo hacen cuando escriben para ellos mismos.
Una película de espías, rodada en Berlín, con mucho dinero y estos nombres en plantilla sería una total decepción si la dirección de arte fallara. Pero, por suerte, no lo hace; es más, es lo mejor del conjunto. Como es de esperar, Spielberg ofrece imágenes que serán icónicas casi con total seguridad (como aquel desembarco en Normandía) haciendo girar todo en torno a la construcción del muro que separó a un país por la mitad.
Que una de las mejores parejas artísticas de siempre se reúna de nuevo es una celebración. Más cuando están acompañados por dos referentes para todos los guionistas de la industria. Divertida, entretenida y disfrutable como el cine más comercial de su responsable. De haberse rodado 10 años atrás, podría considerarse un clásico.
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