De momento, Allen ya no parece tener la paciencia de adornar sus obsesiones y prefiere presentarlas tal cual, presentadas de forma limpia y clara en amenas historias que nos recuerden aquello del “quien tuvo retuvo”. Con Magia a la luz de la Luna, además, retoma el gusto por una comedia más ligera, en la que los histrionismos y el choque de caracteres potencian el buscado gag. El cineasta no pierde, ni mucho menos, su discurso cínico (y crítico), pero lo adecúa para vehicular la trama romántica sobre la que reposa su propuesta.
A grandes rasgos la ya enésima aventura europea (ésta, alejada de una vez de los retratos turísticos, mimetizándose con la historia) del director cuenta lo mismo de siempre, remarcando esa idea que impregna gran parte de su filmografía del escéptico deseoso de creer a pies juntillas si le dan un motivo para hacerlo. Hasta entonces, hasta que lo encuentre, disfrutemos de los pequeños engaños.
En esencia esta es una película de encantadores embaucadores que a través de su retorica intentan ganarnos para su causa. Colin Firth y Emma Stone rebosan una estupenda química. Él resulta menos cargante de lo que pueden llegar a ser los personajes que toman el punto de vista del director, y ella, desde la diferencia de edad entre ambos personajes/intérpretes, se muestra verdaderamente adorable, pero tanto o más capaz que su compañero. Lo que con el tiempo ha perdido Allen en aspectos más formales o adornos narrativos, lo ha enfocado al trabajo con sus actores, como bien pueden atestiguar las oscarizadas Cate Blanchett y Penélope Cruz. Ambos, Stone y Firth aportan una soberbia naturalidad a unos diálogos punzantes, repletos de humor y dados a sentidas carcajadas, garantizando un agradable recuerdo para una película que, sin ellos, no trascendería su vocación de sainete.
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