Yorgos Lanthimos es un tipo incapaz de dejar a nadie indiferente. Es de esos directores que solo saben generar amores y aversiones, no permite medias tintas. Ese es su gran valor. Su cine es, cuanto menos, transgresor. Escarba como pocos en las pasiones y perversiones humanas, ataca la psique de sus personajes llevándolos a extremos en los que se agudizan los dilemas morales. Y juega con la provocación. Hay quién dirá que incluso lo hace en exceso, de forma gratuita.
De todo esto hay un poco en La favorita (2018), por más que aparente otra cosa. Es un juego. Trabajando a partir de un guion de Deborah Davis y Tony McNamara, el cineasta griego se camufla, parece moderarse en su forma y discurso, pero no hay más que rascar para comprobar que sus obsesiones e intereses como narrador están presentes. Juega a aparentar, a contentar a los demás, pero sin perder de vista su objetivo. Tal y como hacen las protagonistas del filme.
La favorita presenta la «guerra» entre Lady Sarah (Rachel Weisz) y Abigail (Emma Stone) por el favor de la Reina Anne (Olivia Colman). Una confrontación que salpica tanto a la corte como al parlamento británico, con especial incidencia en el personaje de Nicholas Hoult. Todos ellos son conscientes de que para cumplir sus objetivos y alcanzar sus ambiciones (ya sea ascender en la escala social o negociar una paz con los franceses) necesitan del favor de otros, jugar a las apariencias.
Lanthimos por su parte, se amolda al recato de la época retratada (s. XVIII) y a los modos de la corte inglesa, tan embelesada como ella sola por los ritos y las tradiciones, y avanza con lentitud (las cosas de palacio…). Pero ya el uso de planos angulares que distorsionan nuestra mirada y que casan tan poco con la imagen que tenemos de la época, nos pone sobre aviso. El tono de comedia que respira el guion es un campo ideal para la perfidia y las maquinaciones, las pasiones y las deslealtades.
La crueldad y la violencia sigue siendo seca y dolorosa, pero se engalana y actúa con sutileza. El trío de «reinas» de la interpretación es maravilloso, Stone, Weisz y -sobre todo- Colman le dan una fuerza y una personalidad a la películaque será difícil se superar este año (y estamos en enero). Pero el espíritu provocador y visceral del director sigue ahí, aflorando cada vez que hay un resquicio, como en la bacanal triunfal de Abigail, o cuando esta misma es incapaz de refrenar sus impulsos con un desdichado conejito.
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