Craig Gillespie y Emma Stone no descepcionan con su aproximación al personaje de Cruella de Vil. Descarada, retorcida, de un marcado carácter cínico, esta Cruella emplaza su historia en los años 70 para imbuirse del espíritu punk y los excesos estéticos de la época, pero a la vez resulta tremendamente actual, como lo son todas las luchas intergeneracionales. Cruella representa eso, sin mayores matices: la reivindicación del futuro para las nuevas generaciones contra unos adultos demasiado egoistas que no se dan cuenta de que su tiempo ha pasado.
Lejos de mostrarse como la villana que todos recordamos -y en línea de lo ofrecido por Disney en Maléfica- hay un intento de humanizar al personaje, de explicar el porqué. En este sentido -al igual que Maléfica- el filme se pliega a los estándares del cuento Disney, convirtiendo a Cruella en una suerte de princesa con todo el pack: desde sus trágicos orígenes y la «madrastra» malvada a los secretos de nacimiento que cambian su destino o la banda de inadaptados que se convierten en su familia. La diferencia radica en que Cruella asume un espíritu (y un discurso) contestatario y no le importa que sus métodos para lograr la victoria puedan ser considerados villanescos para algunos.
El problema de este tipo de personajes siempre es el mismo. ¿Cómo convertir a un villano en el protagonista? De una forma u otra el proceso pasa por renunciar a la naturaleza malvada del personaje. O bien se enmascara esa maldad en algún tipo de problema psicológico o se justifica con la presencia de alguien aún más malvado. Eso cuando no se opta por la solución más traumática (para el legado del personaje) y sencilla y se descarta sin miramientos dicha maldad, convirtiendo al antiguo villano en el héroe de su historia. Esto es lo que le sucede a Cruella. Sus métodos pueden ser discutibles y puede ponerse una coraza e intentar convencerse de que es una villana, pero nada más lejos de la realidad. Lo reconozca o no, de la mano de Craig Gillespie se ha convertido en una heroína.
Con ecos más que evidentes a El diablo viste de Prada (con Emma Thompson y Emma Stone emulando a Meryl Streep y Anne Hathaway), la película resulta muy divertida en todo momento. Hay no pocas licencias para engatusar al público familiar u homenajear al clásico de 1961, y en algunos tramos redunda demasiado en la acción o sobreexplica sin necesidad, pero sabe derrochar mucha personalidad y utiliza bien casi todos sus recursos: desde el trabajo de sus dos protagonistas (menudo derroche de talento y carisma); al espectáculo que ya querrían muchas pasarelas, obra de Jenny Beavan (ocho nominaciones y dos premios Oscar); o una selección musical que reafirma el mensaje del filme de libertad y voluntad y que incluye nombres como The Doors, Nancy Sinatra, Queen o Florence + The Machine (quienes interpretan el tema que cierra la película).
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