Scott Cooper vuelve a poner el ojo en el mundo de la música (y en el de las adaptaciones literarias) con Springsteen: Deliver Me from Nowhere, filme que recrea el proceso de creación del álbum Nebraska del rockero norteamericano.
Lejos queda ya aquel prometedor debut que supuso Corazón rebelde (2009) con el que Jeff Bridges ganó el ansiado Oscar a mejor actor; pero la magia del escenario, la forma en la que la emoción de las canciones traspasa la pantalla sigue impoluta. Jeremy Allen White encarna a un joven Bruce Springsteen en uno de los puntos críticos de su aún corta carrera (si consideramos que 40 años después sigue haciendo rugir los escenarios del mundo entero). Venía el Boss de llenar estadios con The River y se sumergía de nuevo en sí mismo en busca de los temas que darían lugar a Nebraska y a Born in the U.S.A. La película -que se basa en el libro homónimo de Warren Zanes– se acota a ese periodo entre el final de la gira de The River y el lanzamiento de Nebraska (1981-1982), un tiempo acotadísimo para los estándares del biopic tradicional.
Y esa es una de las claves de Springsteen: Deliver Me from Nowhere. El filme no pretende hacer un retrato al uso del músico, no entra a reflejar su vida de tal forma que el público salga del visionado asumiendo una imagen general de su vida y obra, sino que utiliza al personaje para hablar de la depresión y de la importancia del entorno. Springsteen lleva media vida luchando contra la depresión, esto es algo que él mismo ha declarado en diferentes ocasiones y que durante la creación de Nebraska era una enfermedad con la que lidiaba, pero que no se trataba todavía. Y podéis imaginar el tabú respecto a la salud mental a principios de los 80. Como mínimo no era un tema que estuviera sobre la mesa de forma tan explícita como en la actualidad nos hacen ver los medios.
Esa es la clave de la clave de la película. Las intenciones son buenísimas, pero la ejecución erra con descaro. Y lo hace por dos motivos. El primero -más evidente- tiene que ver con la profunda vinculación de Bruce Springsteen con el proyecto, participando activamente en toda su fase de promoción. Siempre hay excepciones, pero debemos sospechar cuando la figura retratada se expone tanto en la publicidad de una historia basada en sus vivencias. ¿Por qué? Porque suele implicar -insisto, siempre hay excepciones- que la mirada de dicha historia pasa por encima u omite detalles o situaciones que puedan incomodar a la figura retratada.
¿Qué sucede en Springsteen: Deliver Me from Nowhere? Que no hay un conflicto real. Sí, vemos a Bruce luchando con sus demonios: se aísla de la gente cuando pueda, expresa sus tendencias (emocionales) autodestructivas y una serie de flashbacks recalcan la mochila de su difícil infancia. Pero todo se enclava en la faceta interior del personaje, en el subtexto de Allen White para su caracterización. No hay unas consecuencias que se filtren en el exterior más allá de que las letras y sonoridades que componen Nebraska sean más oscuras. Desde el primer momento todos los personajes que arropan al Boss le tienden la mano. ¿Bruce necesita espacio? Le damos espacio. ¿Tiempo? Le damos tiempo. ¿Está triste? Le consolamos. ¿Quiere un abrazo? Se lo damos. ¿Quiere un equipo de grabación concreto? Se lo buscamos. ¿Una hamburguesa? Al punto que más le guste.
Todos los personajes están pendientes de Bruce y siempre saben qué hacer o qué decir para apoyarle. Su entorno es ideal. Incluso cuando les vienen mal dadas le ponen buena cara y refuerzan el «estoy aquí para lo que necesites», siempre remando a favor.
Lo que nos lleva al segundo motivo: la película se ambienta a principios de los 80, pero lo hace con una mirada de 2025. Es cierto que no se verbaliza la palabra depresión en ningún momento, pero todos la asumen como una realidad con la que están conviviendo y desarrollan una escucha y una empatía que si ya cuesta verla hoy en día, imaginaos hace 40 años. El escenario que se plantea es improbable en una época en la que ir al psicólogo se veía como un signo de debilidad y en la que otras realidades de tolerancia y diversidad (pensad en la que queráis) eran poco menos que afrentas contra la tradición y los hombres de verdad. Como mensaje de la importancia del entorno para tratar la depresión -si es que esa es la intención de fondo- funciona, pero como exposición de la lucha de Bruce Springsteen contra una enfermedad tan delicada sin los recursos y concienciación del siglo XXI, la película erra el foco completamente porque trata el tema como si aconteciera en 2025; Cooper y su equipo olvidan que están narrando una historia ambientada en 1981-82.

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