Tomando como base de su premisa el concepto con el que Tron: Legacy ponía final a su aventura (la ruptura de las fronteras entre la red y el mundo real), Tron: Ares plantea un relato en el que los programas aspiran al libre albedrío, mientras que la humanidad quiere revolucionar el mercado de las impresiones 3D. Al frente del reparto tenemos a un Jared Leto en modo anuncio de fragancias y en la dirección a un Joachim Rønning cuyo título más redondo sigue siendo aquel biopic de aventuras de 2013 que era Kon-Tiki.
El principal problema que arrastra Tron: Ares no es otro que el de haber llegado demasiado tarde. Sí, entre la primera y la segunda parte pasaron 28 años, cambio de siglo (y milenio) incluido. Pero el salto tecnológico que ha habido entre Legacy y Ares es tal, que el paradigma ha cambiado radicalmente, haciendo que el filme de Rønning haya quedado desfasado antes incluso de estrenarse. Porque la conversación ya no es si una IA podrá tomar consciencia… sino cuándo. Mientras el mundo real se prepara para una inminente revolución cultural y social, el de Tron sigue ensimismado en la búsqueda de un código perdido hace más de 40 años.
Esto supone que siga siendo una excepcionalidad que un programa se reafirme como individuo y que la trama implique escapar de la red como sea. Porque si algo ha demostrado Tron -en el cine- es el ser una saga de ideas fijas. Así, hasta cierto punto Ares no es más que un eco de sus predecesoras, ya que ni cambiando a sus protagonistas (los Flynn -padre e hijo- ni están ni se les espera), la historia es incapaz de evolucionar y contar algo realmente distinto.
De todas formas, la voluntad anacrónica y naif de Tron: Ares tiene su aquel. Requiere, eso sí, aceptar un alto grado de suspensión de incredulidad y abrazar la fantasía sin objeciones. Logrado esto, nos encontramos ante una película de simpleza muy disfrutona que a base de potentes set pieces deja en evidencia los altibajos de ritmo que presentaban sus antecesoras. Es ahí donde el director noruego muestra su oficio y justifica la experiencia en pantalla grande de un filme que, por otra parte, toma nota de Legacy y da un importante peso al apartado musical. Y aunque parecía imposible hacer olvidar a Daft Punk, Ares encuentra en Nine Inch Nails a unos dignos sucesores, volviendo a encumbrar la banda sonora como uno de los mayores atractivos del filme.

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