Si hay algo que siempre gusta en Hollywood son las historias de jóvenes que luchan por conseguir hacer sus sueños realidad, precisamente ahí, en la Meca del cine. Y eso es, ni más ni menos, lo que ofrece Damien Chazelle en su primer trabajo detrás de las cámaras después de saltar a la primera plana de la industria con Whiplash (entre medias colaboró en la escritura del guion de Calle Cloverfield 10).
La La Land es la concreción de ese Hollywood que se resiste a dejar de soñar y echar la mirada atrás a un tiempo más ingenuo y también mágico, pero al mismo tiempo es consciente de que tanto en la vida como en el cine nada es inmutable, que el paso del tiempo es inexorable; para unir ambas percepciones trabaja el equilibrio entre un tono nostálgico que evoca a los musicales clásicos (no faltan los guiños a los títulos de estrellas como Stanley Donen, Fred Astaire o Ginger Rogers) y las formas de hacer del género en la actualidad.
Una de las claves de La La Land radica, pues, en saber llegar al espectador en el plano emocional. Es muy fácil identificarse con unos protagonistas que personifican el mensaje de lucha y constancia que defiende Chazelle desde el guion. Tampoco rehuye recurrir a ciertas «trampas», justificadas por el carácter onírico e irreal de algunas secuencias, a fin de conducir al público por donde más le interesa en cada momento.
La trama en sí puede resultar un tanto tópica y su desarrollo es un poco mecánico. Desde las primeras secuencias el film muestra su vocación de homenaje. Chazelle y su equipo (con la coreografa Mandy Moore a la cabeza) dejan claras estas intenciones desde el principio: la música, con su predilección por el jazz, la fotografía, definida por unos colores vivos y saturados… todo va encaminado a potenciar dicho homenaje en detrimento de su historia, que siendo efectiva para su objetivo, no ofrece nada que despunte especialmente. Su cuidadísimo envoltorio esconde su pereza argumental.
Estrellas entre estrellas
Emma Stone y Ryan Gosling deslumbran como nadie. Desde que coincidieran por primera vez en Crazy, Stupid, Love quedó clara la buena química que existía entre ellos, y en La La Land esta se explota al máximo. Los dos se marcan un tour de force mostrando sus capacidades artísiticas que debería de servirles para no hacer un solo cásting más en sus vidas. Se marcan un trabajo maravilloso, de esos que reafirman el talento que desde crítica y público se les presupone desde hace tiempo, y de los que despejan dudas entre los escépticos. Damien Chazelle dio con un diamante en bruto con Stone y Gosling. Por encima de todo, si hay algo que enamora de La La Land es su pareja protagonista, que personifica esa lucha por los sueños que tanto gusta en Hollywood y en cualquier sala de cine.
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