Cartel de Whiplash

Whiplash: Sacrificarse

El valor de un sentimiento se mide por la cantidad de sacrificio que estás preparado a hacer por él” Este enunciado resume la trama de Whiplash, la superación transformada en largometraje.

 

Damien Chazelle firmaba hace dos años el texto del thriller Grand piano. Ahora sobresale con este solo, Whiplash. En la dirección y el guion, el joven cineasta se desenvuelve perfectamente con la batuta. El esquema del que parte es sencillo: relación de maestro-alumno llevado a los límites desde ambos lados: el joven por alcanzar un sueño y el mentor por buscar la perfección. Así el argumento se convierte en una visión de la obsesión, de la búsqueda de la precisión extrema en un mundo tan intangible como es el arte.

 

Miles Teller frente a J.K. Simmons en Whiplash

Miles Teller frente a J.K. Simmons en Whiplash

 

Obsesiones en las artes escénicas ya vieron en personajes como Natalie Portman convertida en Nina Sayers en lucha con Mila Kunis bajo la supervisión de Vincent Cassel. Pero aquí los pasos de ballet se sustituyen por unas baquetas, y los contrincantes quedan ensombrecidos por el carácter del profesor Fletcher (J.K. Simmons), un ejemplo de maestro que no sabe mucho de educación inclusiva; obsesionado por llegar al “fucking tempo”, es la antítesis de John Keating, Sean Maguire o cualquier otro docente querido en el séptimo arte.

 

Su pupilo Andrew (Miles Teller), un Rocky a los platos, es un chaval que en la vida no lo ha tenido fácil y que se va a dejar la piel –literalmente– para ser el mejor batería. El ejemplo de chico que personifica los anuncios de superación. Él es el protagonista, al menos eso indica la trama. Es un personaje abierto, con unas pocas pinceladas el público se hace una idea de qué tipo de vida ha llevado: su madre abandonó el hogar y ha tenido el apoyo de un padre coraje. Sus cicatrices en la cara denotan el empeño que pone en labrarse una carrera de diez, y no una cualquiera, porque está obcecado en perseguir un sueño: deslumbrar.

 

J.K. Simmons, secundario de lujo

J.K. Simmons, secundario de lujo


 

El instructor ya será otro cantar. Mucha indignación se respira con eso de sitiar a J.K. Simmons en el rol de secundario, cuando cierto es que es la fuerza y quien marca –nunca mejor dicho– el tempo de la película. Aquí se mimetiza en un profesor que usa los abusos y humillación como forma de aprendizaje –inclúyase violencia–, algo que Chazelle traslada al público con toques de humor muy lúcidamente. Un gran pulso de personalidades y de interpretaciones. Con ellas el realizador ha sabido recrear la intensidad en forma de película. Sin duda la pasión no tiene límites. La historia se desarrolla en aulas de un prestigioso conservatorio entre ensayos a ritmo de jazz, que llegan con un montaje soberbio. A ritmo de jazz, claro. Además, lanza un mensaje claro ¿Merece tanto la pena querer alcanzar reconocimiento en algo, dejando la vida restante a un lado?

 

Y es que igual que Andrew, uno llega exhausto al final. Todo un duelo de talentos frente a frente que se transforma en una orgía melódica. Pocos finales fueron tan buenos. Sea sencilla o no, la cinta llega a su esplendor con el clímax, soberbio como hacía tiempo que no se veían ninguno. Aplaudan, por favor.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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