¡Qué envidia provoca esa gente que se lo pasa tan bien en el trabajo que quiere repetir! No son pocas las secuelas que demuestran el buen rollo entre el equipo erigiéndose así como la razón superlativa de su propia existencia. Si algo funciona y, además de sueldo, reporta diversión, por qué no volver a hacerlo.
Esa parece ser la única idea detrás de Magic Mike XXL. Amén, claro está, de la jugosa taquilla que reportó la primera entrega. Si en Magic Mike (2012) Soderbergh se imbuía en el mundo de los strippers para tratar la clásica historia de mentor y alumno, en esta segunda parte Gregory Jacobs (ayudante habitual del director de la anterior) se conforma con una reunión de viejos amigos. No hay que buscarle tres pies al gato, la película ofrece cuerpos esculturales, alguna que otra broma y compadreo constante.
En aquella, sin todo el acierto que su director pretendía, se intentaba tejer una personalidad más profunda para el protagonista, con sus inquietudes y sus devaneos asomando en cada secuencia, representando la eterna lucha entre el bien personal y el común. Además, se veía bien secundado por el nuevo Matthew McConaughey, ese que ganó el Oscar, dio vida a Rusty Coleman y ocupó portadas en todo el mundo. Y en ese camino entre el cuerpo de Tatum, el gracejo de McConaghey y alguna filia de Soberbergh la cinta se digería con facilidad.
Pero este nuevo acercamiento a los personajes creados por Reid Carolin es tan plano y falto de trama que ofrece la misma diversión que acudir a un parque acuático. La lógica dicta que su estreno no pueda ser más que en verano, donde el calor de las calles azota sin misericordia y en una sala de cine con aire acondicionado se agradece un título que no haga pensar y permita abrazar el confort sin sentirse culpable. Channing Tatum y sus secuaces quieren lucir palmito y dotes de baile, para jactarse de talento interpretativo ya quedó Foxcatcher (Bennett Miller, 2014).
Magic Mike XXL es una Ocean’s Thirteen (Steven Soderbergh, 2007) descafeinada. Los integrantes del elenco se lo pasan de maravilla trabajando juntos y la química que desprenden es innegable; la necesidad de volver a juntarse y hacer un último número plantea ya algunas dudas. Poco hace falta para convencer a Mike de que se reúna con sus chicos más que tomarse una cerveza en una piscina; se da por sentado que se conoce a todos los secundarios y cómo actuarán, por lo que alguna secuencia con la mínima carga dramática queda descartada; y el plan ya está preconcebido, con lo que, con alguna salvedad, el espectador asiste a una ruta establecida anodina.
Y no es sólo que no haya mensaje o trama ninguna, la apología inconsciente que se hace de cómo deben de ser los hombres y lo que realmente quieren las mujeres de ellos está agotada. La escena más divertida de la película es precisamente el emblema de esta idea: Big Dick Richie (Joe Manganiello) debe hacer reír a una dependienta siesa bailando al ritmo de los Backstreet Boys. Spoiler: la hace reír enseñando cacha mientras sus colegas le interpelan con gestos simiescos viendo todo el número.
Como placer culpable veraniego para los muy acérrimos de Channing Tatum, el largometraje justifica su existencia. Sin embargo, algo más de seso en la ecuación podría haber dado como resultado una película con todas las características que la propia definición exige.
Deja un comentario: