Tras la interesante El atlas de las nubes Lana y Andy Wachowski han decidido embarcarse en un proyecto más conservador (en términos narrativos), con una clara protagonista y un objetivo definido, abrazando una ciencia ficción más lúdica y aventurera (como James Gunn y sus Guardianes de la Galaxia). Esta vez sus ambiciones van por otros derroteros.
Los Wachowski han creado un mundo inmenso, extraño y salvaje, con un potencial enorme; y sin embargo se detienen continuamente para explicar lo que hay en él olvidándose de la historia que intentan contar. Da la sensación de que los hermanos quieren boicotearse a sí mismos, ya desde el principio, presentando a personajes que luego no van a tener incidencia alguna, solucionando conflictos mediante deus ex machina (aquí todo vale), o planteando tramas que no van a tener recorrido alguno, quedándose colgadas sin remedio. Presentando además a una protagonista, Júpiter (interpretada por Mila Kunis), que irónicamente no es dueña de su destino, lo deciden todo por ella y la pasean como si fuera un perrito de un planeta a otro. Aunque con un guion cargado de perlas como esta: «Las abejas están diseñados genéticamente para reconocer la realeza… Las abejas no mienten«, poco se puede esperar.
El destino de Júpiter es un refrito de conceptos ya utilizados, un continuo mirarse al ombligo para demostrar que sus ideas eran válidas hace quince años y lo siguen siendo ahora. Ahí está por ejemplo la humanidad como mercancía de la trilogía The Matrix. Incluso el tercer acto de la película es una repetición del anterior, con más explosiones y cambio de escenario, eso sí.
No todo lo que vemos es negativo, hay que reconocerles a los Wachowski su intención de vehicular la película reinterpretando los cuentos clásicos al modo de cómics como Fábulas o miniseries tipo El décimo reino; tomando por ejemplo al «lobo feroz» como protector y no como villano, buscando semejanzas con La Cenicienta o haciendo alusiones a relatos como La bella y la bestia. Los cuentos clásicos son una fuente inagotable de ideas y propuestas que intenten darles una nueva apariencia o una vuelta de tuerca siempre son estimulantes (sean después mejores o peores).
Las ambiciones de El destino de Júpiter, evidentemente, no pasan por su guion, sino por su aparato visual. Crean unos escenarios formidables, que dan buena cuenta de su saber hacer. Pero de poco sirve si la historia, como es el caso, no está a la altura. Ni siquiera los actores saben como defenderla. Vistos trabajos recientes como Foxcatcher o La teoría del todo, resulta incomprensible lo que hacen aquí Channing Tatum o Eddie Redmayne. El primero podría tener la justificación de que su personaje es más físico que otra cosa y que las orejas puntiagudas o la perilla rubia le restan credibilidad; pero lo del británico es de vergüenza ajena. Exagerado a más no poder, parece estar trabajando en otra película con un tono absolutamente distinto.
Aunque se agradecen las propuestas originales que escapan de la espiral de secuelas / remakes / spin-offs y de las adaptaciones, el sino de El Destino de Júpiter es muy trágico.
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