Manchester frente al mar: Cerrando heridas

Hay heridas que son rasguños. Hay otras que con el antiséptico adecuado cerrarán en un tiempo. Y luego hay unas que aparecen, y se duda si conseguirán algún día cicatrizar. En este último tipo se ha fijado Kenneth Lonergan en su tercer largometraje, Manchester frente al mar. El también dramaturgo recoge las inquietudes vistas en sus anteriores filmes para realizar un relato más asequible para el público más mainstream: la culpa, el regreso a casa, las responsabilidades, las relaciones paterno-filiales, el mundo adolescente,… De eso ya habló en Puedes contar conmigo, allá por 2000, y en 2011 con Margaret. Sin olvidarse de esas preocupaciones, teje ahora el guión que le ha acercado a las grandes masas de público.

 

Cuando Lee recibe la noticia de que su hermano mayor ha fallecido, se entera de que es también el tutor legal de su sobrino de 16 años Patrick. Esto le hará volver a su ciudad natal, Manchester-by-the-see, en Massachusetts, y hacer frente a los grandes fantasmas del pasado.

 

Una vez más, Lonergan forja una historia uniendo pasado y presente sin ningún ápice del maniqueísmo, ese mal del que sufren muchas de las cintas del género. El cineasta enfoca su historia en el día a día, con detalles cómicos que llegan desde esas conversaciones con Patrick, un adolescente como cualquier otro: obsesionado con el sexo, y escondiendo con un fuerte carácter sus numerosas debilidades. También el chaval deberá superar esa pérdida, y no será fácil con una madre ausente y un padrastro no tan perfecto como se cree de primeras. Mientras, el bueno de Lee hará frente a ese desconocido pasado -que sí, se desvela en mitad del metraje- al encontrarse con su ex, su gente, intentando asimilar que ha de vivir con un dolor toda su vida. Al menos tendrán el barco para navegar y conseguir ahogar las penas juntos.

 

Hedges y Affleck en un momento de la película

Hedges y Affleck en un momento de la película

 

Para ese acercamiento al gran público, Lonergan, o su director de casting, ha sido avispado con la elección del protagonista: Casey Affleck era un buen nombre para ser Lee: su talento ha quedado demostrado en secundarios durante una década, tiene un nombre en la industria y un físico perfecto para ser el típico tío normal, sin ínfulas de estrella (eso por fuera, que bastante ha dado de qué hablar con las acusaciones que le persiguen desde hace años). El director le ha dado el papel de su vida, digno sin duda de un Oscar de la Academia. Como sus compañeros de reparto: Lucas Hedges sabe reír y llorar, preocuparse, enojarse y tener los sentimientos a flor de piel como cualquier chaval pasando por esa situación. Michelle Williams sabe dar con apenas tres apariciones el aspecto de esa ex pareja, expresando en sus ojos lo que podría haber dado para una conversación de horas rebosante de reprimendas. Ambos también serían dignos ganadores de la estatuilla de reparto. Veremos qué pasa.

 

Aunque, si hay una estatuilla que debería llevarse a casa esta cinta producida por Matt Damon esa es la de guión. Las conversaciones se hacen convincentes gracias al entorno que ha dibujado Lonergan, que expresan mucho pero que esconden más, que va descubriendo los comportamientos posteriores del personaje, del por qué de esa huida y la explicación de lo que cuesta a veces superar los baches de la vida. Y más si somos plenamente conscientes de que somos culpables. La humanidad se palpa en sus dos horas y cuarto de metraje.

 

Esta película no ha perdido profundidad en su acercamiento al gran público. Si las heridas son grandes y profundas, lo serán tanto en lo indie como en los blockbusters.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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