Una historia como esta clamaba a gritos una versión cinematográfica. El manuscrito, nunca mejor dicho que en este caso, salió a la luz casi sesenta años después de que su creadora lo escribiese. Irène Némirowsky había empezado una novela en 1942 que desgraciadamente no pudo terminar; su condición de judía la llevó a Auschwitz donde murió. Pero Suite francesa, ese libro inacabado, representa una brillante crónica de la Francia de esos días que está supeditada al poder nazi. Gracias a sus hijas el borrados salió a la luz y se ha convertido en un best-seller.
La película se enfoca en el capítulo del libro Dolce, que retrata a un pueblo ocupado por soldados nazis. En metraje hace hincapié en una de esas historias y la sitúa como hilo conductor al que se sujetarán las demás. La historia principal sigue a Lucille (Michelle Williams), una joven que vive con su suegra (Kristin Scott-Thomas) mientras su marido ha ido a luchar. En su gran mansión acogen a un oficial alemán (Matthias Schoenaerts).
Saul Dibb vuelve a dirigir una adaptación tras hacer La duquesa. Ahora opta por uno de los temas preferidos de las producciones cuando se trata de escoger una época histórica: la Segunda Guerra Mundial, que a veces cuando se trata de mostrar el conflicto bélico fuera de las trincheras, se pasa de melodrama (el ejemplo más reciente está en La dama de oro). Esta producción se va a lo predecible, pero con seguridad, porque la técnica va sobre ruedas. Lo que pasa es que se ha dejado la pasión por el camino. Demasiados excesos en la música, demasiada acentuación en escenas trágicas ya vistas, demasiados estereotipos de los bandos enfrentados que peca de querer acentuar el drama implícito en el argumento.
Y eso que la producción brilla, como las estrellas que aparecen en ellas. Michelle Williams queda perfecta como la esposa sitiada en el limbo, lugar que comparte incómodamente con su suegra, a la que Kristin Scott-Thomas sabe darle la antipatía adecuada. La frágil Lucille, la narradora de la historia, va despertándose de su letargo en el que ha estado. Y se notará que su resistencia está más presente de lo que parece. Su compañero Matthias Schoenaerts (De óxido y hueso) le da réplica acertadamente y juntos fraguan la historia de amor, la cual se presenta con demasiados rodeos pero poca tensión de cara al público. A los personajes secundarios, también opresores y oprimidos, les dan vida hay una cantera de nuevos rostros: Sam Riley (On the road), Ruth Wilson (The affair), Margot Robbie (El lobo de Wall Street) o Tom Schilling (Oh boy) se han dado cita en la macroproducción.
Ellos han estado a la altura, cosa que no se puede decir del guion, que se presenta ansioso de instruir al espectador en lo emocional y en adelantar lo venidero de la historia. Por cierto, están en Francia pero todos se comunican en inglés. Eso le da puntos extra de cara a los académicos.
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