El ataque de mojigatería de Marvel Studios dio la oportunidad a Warner Bros. de fichar a James Gunn, que en el paréntesis obligado (despido y re-contratación mediante) entre la segunda y tercera parte de Guardianes de la Galaxia vio la oportunidad de su vida: trasladar a las grandes ligas de Hollywood su amor por la serie B y los excesos del género. La falta de cohesión del cosmos deceíta en el cine le daba a Gunn la posibilidad de divertirse con juguetes realmente caros sin tener que plegarse a unas rígidas directrices.
El resultado es un título de cierto espíritu anárquico, pero que no reniega ni de sus orígenes, ni del tablero en el que se desarrolla. El Escuadrón Suicida no se cambia de acera si se cruza con el filme de David Ayer. Se sabe secuela pero, simplemente, omite las referencias. De los actores que repiten, tres de ellos (Viola Davis, Jai Courtney y Joel Kinnaman) parten de su situación en aquella película; mientras que Margot Robbie lo hace de su experiencia en solitario en Aves de presa. Con El Escuadrón Suicida sucede -más o menos- lo que con El increíble Hulk y el entorno de Los Vengadores (o incluso con el propio título de Louis Leterrier y el Hulk de Ang Lee). La película está ahí, se rescatan personajes y se respeta su viaje, pero se evita cualquier tipo de mención, haciendo que funcione tanto como secuela, como película independiente.
Desde el primer momento James Gunn (quien además de dirigir escribe la película) evidencia cuáles son las armas de El Escuadrón Suicida. Una mirada desenfadada, sin tomarse demasiado en serio, y la consciencia de su naturaleza, que le permite regodearse en os excesos del género, convierten a la cinta en una de las apuestas más divertidas que ha dado el cine de superhéroes en los últimos tiempos. Quizás, incluso, la mayor del universo deceíta.
No le faltan los defectos, pero su mayor virtud es saberse imperfecta y abrazar los arquetipos del género para acribillarlos a balazos. Algunas situaciones y personajes resultan ridículas o bochornosas para los propios protagonistas, que no dudan en hacerlo ver. Desde el topicazo que encarna Idris Elba (cuya historia como Bloodsport es una versión 2.0 de la del Deadshot de Will Smith), a lo exagerado de los «villanos» o los extremos psicóticos de Amanda Waller, todo busca la complicidad de un espectador que se las sabe todas. Incluso a nivel formal, con la aparición de elementos de animación o el acompañamiento musical cargado de hits, en El Escuadrón Suicida todo va dirigido al disfrute cómplice de James Gunn y el público.
La estrella, como no podía ser de otra forma, vuelve a ser la Harley Quinn de Margot Robbie, que sigue siendo un verso libre en la amalgama de tonos y visiones que conforman la división cinematográfica deceíta. Y tampoco podía ser de otra forma, ¿quién podria representar mejor el carácter gamberro de la película sino ella? Sin embargo, para diversión y convertir en carcajadas lo que en otro contexto sería vergonzante o inquietante, están los juegos que proponen unos irreconocibles Sean Gunn y Sylvester Stallone o un Juan Diego Botto convertido en prototipo esperpéntico del galán latino. Y podríamos seguir con lo sorpresivo de John Cena (que se ha ganado protagonizar su propia serie); el compadreo de Michael Rooker o Nathan Fillion, que se prestan para todo… A su manera, El Escuadrón Suicida de James Gunn juega con la deconstrucción de La Cabaña en el Bosque con el terror aplicándola a los superhéroes.
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