Capitán Harlock

Capitán Harlock: Aburrida revisión en supuesto 3D

Las labores de marketing están llegando a límites no insospechados pero sí difíciles de creer. Intentar vender una película que a priori cuenta con pocos activos para convertirse en un negocio rentable es tarea ardua. De ahí que las distribuidoras y productoras se las ingenien para sacar el mayor partido posible a lo que tienen entre manos. Sin embargo, hay algunas cosas que es un engaño directo.

 

Decir que Capitán Harlock es una versión cinematográfica en 3D (de acuerdo, en una fuente menor que el resto del cartel) de la publicación de Leiji Matsumoto clama a quien proceda. Siendo rigurosos con la verdad, no es un engaño: al igual que sucedía con el último film de Doraemon, el 3D existe en el plano narrativo de la misma forma que existía en la versión cinematográfica de Final Fantasy: las figuras y los escenarios tienen vida más allá del plano 2D. Pero en un producto que por mucho que debiera dirigirse a un público más adulto no deja de focalizar su target en los adolescentes, no ofrecer el típico divertimento tan en boga de recibir un bofetón en la cara puede entenderse como un artificio marketiniano.

 

Capitán Harlock

Capitán Harlock

 

Dicho esto, la película cuenta con un background y una premisa a tener en cuenta. Incluso aunque el caso del espectador sea el de una persona ajena a la obra del autor (servidor, por ejemplo), las alabanzas de James Cameron (es de suponer, previo pago) y el carácter distópico de la historia ofrecen suficientes alicientes como para sentirse atraído.

 

Toda la ingeniería que vende la película, sus millones invertidos, los años de trabajo, las interminables horas de renderizado, todo es pasmoso. No hay un sólo aspecto técnico descuidado, es visible y nada puede achacársele (quizá la falta de innovación en los diseños). La cara es preciosa, pero no tanto el carácter. Los triunfos digitales se ven ensombrecidos por los fallos garrafales en la narración. El tedio llega a ser insoportable en según qué pasajes por los que, de forma adicional, ni los personajes saben que están deambulando. La diferenciación física entre protagonistas es imperceptible, algo con lo que pretende jugar el guión pero para lo que el ojo no está preparado, llevando la confusión a estadio superior. Varios finales se dan cita de forma sucesiva ilusionando al espectador con una pronta salida del recinto, lo que termina por cansar insufriblemente en un final que a nadie importa.

 

Una pena que el mensaje positivista ante un futuro cada vez más plausible se pierda en un guión sin rumbo y con trucos de manual poblando todas las páginas.

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