Un registro muy diferente al que nos tiene acostumbrado Olivier Assayas es lo que nos ofrece este director francés con su última película. Tras ya un filmografía bastante extensa y repleta de drama, en Dobles Vidas construye una comedia al estilo de Woody Allen, eso si, reflexionando sobre temas similares a los que hablaba en su dos últimas películas: Personal Shopper y Viaje a Sils Maria. Ambas compitieron en el Festival de Cannes en sus respectivos años, en este caso le tocó pasarse por Venecia, quizá un Festival más acorde con esta película.
A través de las conversaciones entre personajes «muy intelectuales», todos ellos relacionado con el mundo editorial o del arte, se plasma una comedia con tintes dramáticos sobre la crisis de la mediana edad, las nuevas tecnologías y el futuro del arte en general. Todos ellos forman parte de la clase burguesa y chocan entre si a partir de la publicación de un libro por parte de uno de los amigos. Comienzan a aparecer las preguntas que tanta gente se hace en estos días: ¿La tablet va a sustituir a los libros tradicionales? ¿El cine va a dejar de verse en pantalla grande? ¿Cómo va a cambiar el arte?. Cenas sin fin y conversaciones que no acaban para no llegar a ninguna conclusión, representan muy bien a la clase burguesa francesa del siglo XXI. A la reticencia de las nuevas tecnologías, hay que sumarle a la trama los enredos entre personajes llevados por las dudas del matrimonio entrada una edad avanzada.
De su elenco, y aunque sea muy típico, hay que destacar la interpretación de Juliette Binoche. Su personaje es una actriz que lleva estancada en una serie comercial de la cual está harta. Un guiño al consumo audiovisual actual, donde todo tiene que ser fácil y rápido de ver. Su marido (Guillaume Canet), también realiza una interpretación fantástica como editor de libros, quien no quiere publicar a uno de sus amigos (Vincent Macaigne), quien tiene una aventura con su mujer.
Dobles Vidas no ofrece nada nuevo, ni siquiera técnicamente tiene mucho que aportar, sin embargo hay algo magnético en esas conversaciones que hace que el espectador se sienta atraído. Sin ser unos personajes que caigan especialmente bien, te apetece escucharles y sentarte a tomar un vino con ellos. La influencia de Woody Allen se ve muy clara, pero yo me atrevería a asemejarla, salvando mucho las distancias, a El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel, pero con los elementos e inquietudes del siglo XXI.
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