Isabel Coixet ha vuelto con una cinta de época, concretamente de principios del Siglo XX. Se aleja de su espíritu desalentador, pero no en su totalidad. Nadie quiere la noche es una película de personajes, los avasalladores, pero reivindicativa hacia otros, los autóctonos –los inuit en este caso–, que como en casi todas las conquistas han salido perdiendo frente a la clase dominante europea.
Juliette Binoche era la actriz perfecta para el papel protagonista. Los roles de época son lo suyo y el público la quiere en este estilo. Ella da vida a Josephine Peary, una mujer exploradora del Ártico; es uno de esos personajes secundarios de la historia con tantos matices que era un reto para cualquier actriz desempeñarlo como merece. Por supuesto, la francesa queda a la altura. Y es que la actriz se las arregla bien en la década o siglo que sea.
Aquí es la esposa del Robert Peary, explorador considerado uno de los primeros en pisar el Polo Norte (lo que le llevó disputas con otros aventureros de la época como Frederick Cook). Él es el que se llevaría los aplausos y andaría a la gresca en competir por ser el que alcanzaba viajar a tan temerario lugar. Muchos hombres le acompañarían sabiendo que posiblemente no volvieran. A ellos da vida en segundo plano Gabriel Byrne. Su esposa Josephine (estas sí que estaban a la sombra) decide partir desde Boston a Groenlandia. En la expedición de topará con Allaka (Rinko Kikuchi), una esquimal con la que comparte más de lo que cree.
La fuerza de la narración la comparten Binoche Y Kikuchi. La historia se basa en los diálogos entre ellas: mujer pudiente estadounidense y la chica inuit, con conversaciones toscas, con silencios y contestaciones de monosílabos que alarman a cualquiera y hacen que el público se congele en su totalidad. Juliette queda excesiva y Kikuchi más sosegada. La realizadora se aparta de su narrativa asidua y se lanza con el guión de Miguel Barros de tintes épicos, donde deja mas que claro el deseo de acaparamiento de unos frente a otros. Mensaje obvio que rodea a toda la narración.
La puesta en escena, tan fácil adentrados en zonas árticas y de nieve, acerca más el frío al espectador, que con tanta nieve, y observando las condiciones de expedición tan poco equipadas de principios del siglo pasado, se congele más. En tal localización se encuentran esas escenas de tensión en las que ambas actrices lidian: lucha de civilización versus tosquedad, aunque finalmente tienen que competir frente a otro enemigo más poderoso para sobrevivir: el Polo Norte, algo que Coixet empeña en exponer siempre.
La pasión entre tanta frialdad hace que la llama quede exacerbada. Y eso que hay sorpresas mas que atrayentes para un público genérico. Coixet se aleja de su estilo, sus detractores también se alejan mas. Un título que no se posiciona en su cúspide, y lo mas llamativo es el elenco.
Por esto, entre toda esa frialdad aparece una historia de pasión, de lucha y supervivencia. Porque la cinta habla y explica tantas expediciones que se hacían sin que hubiera vuelta. Y más allá de la revisión histórica, esta es una historia de dos mujeres fuertes, dos personajes a los que la directora no ha creado pero expone como canto por todas aquellas, anónimas y no anónimas, que vivieron en la perpetua noche durante siglos. El film aprueba, pero con la historia y personajes tan ricos, se podría haber hecho más. El duelo es interesante aunque Coixet podría haber incluido mas sutilidad y menos arrebato.
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