«¿Por qué no te rindes y nos das de comer?«
Admito sin atisbo de vergüenza que ECC me tiene impresionado con el catálogo manga que está montando. Cierto que no están trayendo primeras figuras como My Hero Academia, Food Wars o la reedición de Love Hina (llegaron quizás demasiado tarde a este mercado), pero están apostando por títulos que, aunque algo más desconocidos en nuestro país, son auténticas maravillas del cómic nipón. No hablo ya de autores consagrados y de sobra conocidos como Junji Ito o Kazuo Koike, sino de marcianadas como la colección completa (y necesaria) de Shun Umezawa, shonen olvidados como el de Crows o las estupendas colecciones actuales que me tienen atrapado como Overlord o la que nos ocupa hoy: Dorohedoro. Hace falta un cierto grado de valentía para atreverse a apostar por cómics que ya se editaron en Japón en su momento y que, por una razón o por otra, nadie más ha tenido los arrestos de editar en nuestro país.
No sabía nada de Dorohedoro cuando su primer número llegó a nuestras librerías allá por enero de este mismo año y, sin embargo, me declaro fan absoluto del en teoría seinen (llega un momento en que los bordes de estos géneros se difuminan) de Q-Hayashida. Dorohedoro tiene su propia manera de contar las cosas, tiene un estilo que es suyo propio y que hace del feísmo un arma con la que nos transmite mucho más que con el estilo depurado de otros autores al tiempo que le da a su obra un espíritu único y outsider de todo lo que hayamos leído hasta la fecha. Es, sin duda alguna, uno de los mejores mangas de magia que he tenido el placer de leer y ahora que llega a su séptima entrega, logra alcanzar un ritmo y un número de tramas perfecto como para tenernos mes a mes deseando saber más de Caimán, En, Nikaidô y el resto del abultado plantel de personajes que pululan por esta obra.
«De acuerdo, terminaré con esto de una vez por todas«
Dejamos al actor principal de la historia en el cuarto tomo abandonando Hole en pos de su pasado antes de despertar con una cabeza de lagarto sobre los hombros. Los tres tomos que leemos hoy trascurren, por tanto, casi en su totalidad en el mundo de los magos, al que no tardarán por visitar Nikaidô, Kasukabe y el resto de aficionados a la cocina de la que ahora sabemos que es una maga renegada. Por su parte, Risu seguirá buscando a su asesino mientras que En se dedica a buscar al mago del tiempo que es el centro de sus obsesiones desde ya hace algunos tomos. Precisamente esta búsqueda será el motor de una trama (la del Blue Light) que va a marcar la serie de cara a su desarrollo futuro, el cerco sobre los personajes se va cerrando y su relación, violenta o no, se hace más inevitable con cada tomo que leemos.
Pero lo que más me está sorprendiendo de Dorohedoro es que, tras la violencia y la comedia que caracterizan a la obra, se esconde una serie de personajes muy profundos y repletos de matices. Las historias personales de Caimán y Nikaidô apenas sí se han aclarado en siete tomos del manga (lo que vendría a ser como dos temporadas de un anime si éste hubiera llegado a existir), la de En comienza ahora a ganar una profundidad que no creíamos posible hace tan sólo tres números y, bajo ella, se adivina una historia bastante más enrevesada en torno a su némesis. Todo apunta, como en toda buena historia, a que las historias pasadas de todos estos personajes van a ser mucho más cercanas entre sí de lo que nos hubiéramos creído en un principio. Sin embargo, vamos a tener que esperar bastante para enterarnos de hasta qué punto esto es así. Por el momento la historia nos deja con sus principales protagonistas en una encrucijada mientras que un buen grupo de los secundarios gana en profundidad con una trama que no parece ir a acabar demasiado bien.
Estoy enganchadísimo a esta historia.
Deja un comentario: