«¡Hagamos un brindis por el fin del mundo!«

Ya está. Se acabó uno de los mangas más atroces y bonitos a la vez que ha publicado Norma Editorial en el pasado reciente. Jigokuraku contiene mensajes tan hermosos escondidos bajo una historia repleta de mutilaciones y muertes terribles que uno nunca sabe con qué parte quedarse. ¿Es un salvaje seinen con buenas intenciones? ¿O es un shonen de los de crecimiento en la vida con una estética adulta? Vivimos en una época de límites difusos y grandes contradicciones, así que quizás sea por ello que esta serie manga nos haya llegado tanto al corazón: Necesitábamos en nuestras vidas algo que reflejara esa manera en la que la existencia puede a la vez ser cruda y cruel y hermosa de experimentar. Algo que nos diga: «Sí. La vida es dura, pero al menos debemos intentar vivirla según nuestras propias condiciones».

Es curioso como, en una época como ésta, nos encontramos con infinidad de casos en los que la contradicción es perseguida y apedreada. Las redes sociales (sobre todo el avispero de intransigentes que es Twitter) se dedican de manera incansable a buscar aquellos momentos en los que cualquiera de sus usuarios (o cualquier figura mediática) haya incurrido en la contradicción (o haya contravenido alguna de las cada vez más cambiantes normas de corrección política social). Sin embargo, es la naturaleza humana el contradecirnos. Somos seres falibles que necesitan ir tropezándose en muchas piedras una y otra vez antes de comenzar a vislumbrar el camino correcto. Quien no disculpa el error ajeno ni acepta una solicitud de perdón se expone al mismo trato cuando sea él o ella quien caiga en la misma clase de errores. Y la vida se encarga de decirnos por activa y por pasiva que tarde o temprano nos tocará a cada uno de nosotros equivocarnos.

«Por fin soy capaz de pensar así de mí«

El manga de Yûji Kaku abraza la contradicción desde su primer número y, con mucha más fuerza, en esta última entrega. Sagiri, en el momento de mayor desesperación para el variopinto grupo de ‘héroes’ que ha llegado al final de la historia, se da cuenta de que uno puede ser débil y fuerte al mismo tiempo, hermoso para unos y desagradable para otros, inteligente para unas cosas y tremendamente ignorante para el resto. Y que son estas contradicciones las que nos definen y las que, una vez aceptadas como parte indivisible de lo que somos, pueden otorgarnos un poder como ningún otro: El poder de encontrarnos en paz con nosotros mismos.

Jigokuraku #13

Parece una tontería, pero no es que no haya mayor poder que ése, sino que la paz con uno mismo es la puerta de entrada para una infinidad de nuevos aprendizajes que nos fortalecen tanto anímica como intelectualmente. Darnos cuenta de que somos la suma de nuestras contradicciones más aquellas virtudes y defectos que son sólo nuestros, aceptarnos tal y como somos, nos libera de querer alcanzar según qué ideales que no han sido hechos para nosotros y nos empuja a perseguir otros para los que nos vemos mucho más capacitados. Este es, y no es moco de pavo, el verdadero mensaje detrás de Jigokuraku. Un mensaje que cobra especial relevancia en un mundo que mantiene a los jóvenes al límite entre sus propias expectativas y las que les vienen marcadas por las redes sociales.

Es una pena que el siguiente proyecto de Kaku se haya estrellado, pero me quedo con muchas ganas de ver qué otras cosas nos puede proponer este autor. Norma acompaña a este grueso tomo final de una bonita caja en la que podemos almacenar toda la colección, así que cierre redondo.