El ambiente previo a la fiesta estaba algo turbio. Desde antes de que comenzaran a llegar los asistentes ya había un grupo de ciudadanos convocados por Anonymous preparados para increpar y gritar sus consignas como protesta ante la Ley Sinde. Avisaron con ir a la ceremonia a mostrar su malestar y cumplieron su promesa. Al margen de eso, la alfombra (que volvía a lucir de rojo) estuvo plagada de los habituales vestidos, flashes y glamour.
Ya con todos en sus butacas, Andreu Buenafuente bajó de los cielos (el año pasado lo «mataron» en directo) para presentar la gala y arrancarse con bromas hacia la ministra y el presidente de la Academia o el recientemente convertido en padre, Javier Bardem: «Fantástico lo del niño, Javier… ¡es una lástima que lo hayas tenido el año en el que han quitado el cheque-bebé!«. La noche prometía, pero como tantas veces, se trataba de promesas que no se cumplirían.
Buenafuente lo intentó de todas las maneras posibles, desde creando un ambiente íntimo con Maribel Verdú a la luz de las estrellas, hasta cayendo en repetidas ocasiones por una trampilla colocada en el centro del escenario. Ni su «transformación» en un personaje de animación (con Santiago Segura y Penélope Cruz) fueron suficiente para levantar la gala.
La ceremonia se hizo muy larga y las pocas apariciones del maestro de ceremonias caían como agua de mayo, pero eran contadísimas, lo que unido a algunos largos discursos (Mario Camus y su Goya de Honor de llevaron la palma) tiñeron de aburrimiento muchas caras.
A pesar de todo, hubo tiempo (en tres horas tenía que haberlo) para vivir algunos momentos estelares. El primero fue la nota musical que dio Luis Tosar, acompañado de Asier Etxeandia, Paco León, Hugo Silva, Fernando Guillén Cuervo, Inma Cuesta y Laura Pamplona, cantando a las ganas de todo actor por hacerse con un Goya.
En el plano opuesto, la aparición de Jimmy Jump, que, como tantas veces (partidos de fútbol, festivales de Eurovisión…), tenía que romper el clima reinante y saborear su minuto de gloria. Sin embargo el momento no pudo ser más atinado, justo antes de que dieran el Goya a mejor actor, con Tosar, Antonio de la Torre, Ryan Reynolds y Bardem esperando oír su nombre. Una vez la gente de seguridad lo echó del escenario, sonó el nombre de Javier por su papel en Biutiful y Buenafuente no pudo evitar tildar de «imbécil» al espontáneo profesional.
Tanto, que restó parte de protagonismo al discurso del presidente de la Academia. Palabras las de Alex de la Iglesia que no hicieron sonreír precisamente a la ministra ni a Icíar Bollaín.
De la Iglesia empezó hablando de unidad: «Puede parecer que llegamos a este día separados, con puntos de vista diferentes en temas fundamentales. Es el resultado de la lucha de cada uno por sus convicciones. Y nada más. Porque en realidad, todos estamos en lo mismo, que es la defensa del cine«.
Dejó clara su postura respecto a los acontecimientos que han propiciado su dimisión: «Intenet no es el futuro, como algunos creen. Internet es el presente. Internet es la manera de comunicarse, de compartir información, entretenimiento y cultura que utilizan cientos de millones de personas. (…) No tenemos miedo a Internet, porque Internet es, precisamente, la salvación de nuestro cine«.
Y se despidió asegurando que los dos años al frente de la Academia han sido los mejores años de su vida. «Hemos vivido ya 25 años pero todavía nos quedan los mejores«.
Discursos aparte, la gran triunfadora de la noche fue Pà Negrre, que se alzó con nueve «cabezones» incluyendo los más deseados: mejor película y dirección. Rodrigo Cortés y su rompedora propuesta se tuvieron que conformar con el guión original y el montaje; mientras, Balada triste de trompeta y También la lluvia se quedaron con las ganas. Y entre los actores pocas sorpresas, Nora Navas y Javier Bardem se llevaron el gato al agua.
Palmarés:
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