La portada con la que Panini Cómics presenta el décimo volumen de la Biblioteca Marvel dedicada a Spiderman es pista más que suficiente para saber qué nos vamos a encontrar en el interior de este pedacito de historia comiquera: la renuncia -temporal, eso sí- de cualquier tipo de responsabilidad por parte de un magullado -emocionalmente hablando- Peter Parker.
«¿El valiente Flash? ¡A ver!«
A partir de un argumento de Stan Lee, John Romita concibió una de las imágenes más icónicas de la historia del personaje, tanto que a lo largo de los años ha dado pie a multitud de homenajes y versiones, no solo en la propia serie, sino protagonizada por personajes y colecciones fuera de la esfera marvelita. Cuando hablamos antes de «pedacito de historia comiquera» no estábamos exagerando. La portada y la imagen a la que nos referimos tienen una interesante intrahistoria que Julián Clemente desgrana en la introducción del tomo. Así que si sois del tipo de lector que se salta los prólogos, prefacios y similares, romped vuestra norma y dedicadle unos minutos a esta introducción.
La aventura en sí que recoge dicha imagen tiene un gran valor aplicada a los tiempos actuales. Hablamos de unas historietas aparecidas hace casi 60 años en las que personajes como J.J. Jameson no eran más que exageradas parodias pensadas para el divertimento del público juvenil. A ojos actuales, con un público cuya media de edad supera con holgura la treintena, dichas parodias no lo parecen tanto y se asemejan más a una actualidad dominada por los bulos y las mentiras, una actualidad en la que las fake news y las opiniones tienen rango de verdad y los hechos se refutan con falsedades. La disparatada visión de la prensa encarnada en el viejo Jonah ya no parece tan divertida.
Romita y Lee vieron también la forma de explorar cómo dicho aluvión de calumnias y titulares insidiosos terminaban pasando factura a un Peter que decidía poner sobre la balanza los pros y los contras de servir como justiciero. Cierto que desde una escritura naif y sin excesiva profundidad (hoy sería un argumento que daría para vertebrar prácticamente una serie entera), pero certera en el foco de atención.
Esto es lo mejor, que no es poco, de un volumen que sirve para presentar al Conmocionador (Shocker en alguna de sus variantes audiovisuales y su versión original) y traer de vuelta al Buitre y Kraven. Por el primero no han pasado los años y el Buitre original, Adrian Toomes, «cedía» temporalmente el testigo. Mientras, Kraven debe alegrarse de que estas historias han quedado atrás. Salvo excepciones, en la época todos los villanos estaban cortados por el mismo patrón y salvo por sus excéntricos disfraces, pocos tenían un verdadero carisma. El aristócrata ruso es uno de esos ejemplos que, por suerte, ha envejecido como el buen vino convirtiéndose en uno de los más formidables personajes de la galería villanesca arácnida. Pero leer estos relatos es como rememorar recuerdos en el álbum familiar en los que la nostalgia y la vergüenza se funden al ver nuestras pintas adolescentes.
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