Kieron Gillen cierra la tercera etapa de la serie más fresca e innovadora del universo Marvel.
«Supongo que tengo que hacer algunas cosas«
Jóvenes Vengadores. Una colección cuyo título dice tan poco a primera vista y que, etapa a etapa, se ha convertido en serie de culto dentro del mercantilizado universo Marvel. Allan Heinberg nos ofreció en 2005 a unos héroes adolescentes que trataban de definirse en un mundo en continua crisis y nos entregó dos sagas de las cuales la segunda, La Cruzada de los Niños, ha influido de forma decisiva en la realidad actual de la Casa de las Ideas (Marvel Now! no sería posible de no haber hecho regresar este grupo a la Bruja Escarlata). Kieron Gillen no ha querido repetir viejos esquemas y lo que ha hecho ha sido seguir la evolución natural de los personajes para presentarnos a un grupo de jóvenes que, superado a medias el reto de la identidad, busca su sitio en un mundo que espera mucho de ellos.
Al igual que la serie de Heinberg fue hace años un inmenso acierto que conectó de inmediato con las inquietudes y los anhelos de los lectores a quienes iba dirigida, Gillen ha conseguido encontrar el punto de apoyo que necesitaba para hacer de estos doce números (quince americanos) una puerta hacia los miedos y las esperanzas de una generación sobre la que pesan unas enormes expectativas y que salta a la vida adulta con el lastre de un mundo que dista mucho de la visión idílica que uno genera en su interior mucho antes de madurar. El segundo volumen de Jóvenes Vengadores habla de crecer, de madurar, de aceptar nuestro potencial y nuestras limitaciones… Y lo hace en completa sintonía con la generación de lectores que ha crecido, madurado y aceptado lo que se le venía encima mientras contemplaba la evolución de unos personajes que se han convertido en referentes para la Casa de las Ideas y que, o mucho cambian las cosas, volverán a contar con serie antes de que terminemos de echarlos de menos.
«Tengo todo este poder… y, por tanto, la responsabilidad de utilizarlo«
Porque Jóvenes Vengadores llega a su final. No es este uno motivado por las bajas ventas del producto, sino un punto y aparte que el guionista actual de Iron Man y Lobezno: Origen II tenía muy claro desde el comienzo de su etapa (¿recordáis cómo hace algún tiempo elucubré acerca de que el objetivo de este grupo parecía ser el de tomar caminos separados?) cuál sería el final que quería darle antes de que ésta se alargase innecesariamente y perdiese su esencia. Una vez alcanzada la posición a la que quería llegar, el autor abre la mano para que cualquier otro guionista pueda seguir construyendo la leyenda de los Jóvenes Vengadores… o para volver cuando se le ocurra una historia que él mismo juzgue como digna de ser contada.
Una decisión que, si me lo permitís, muy pocos autores se atreven a tomar hoy en día.
Pero es que Kieron Gillen no es como todos los autores. Aunque llegué a detestarlo durante su etapa al frente de La Imposible Patrulla-X, su visión de Iron Man no me está disgustando nada de nada y el acercamiento, desde la humildad y con mucha maña, que está publicando actualmente sobre los primeros años del mutante de las garras de adamántium (justo ahora que Marvel ha decidido arrebatárnoslo) me ha conquistado desde el primer número. Podría decirse que el autor de Phonogram trabaja mejor cuando no tiene que ceñirse a la rígida estructura del interconectado universo de la Casa de las Ideas. Gillen nos desvela su verdadero potencial con personajes que protagonizan sus propias aventuras, al margen de las que la editorial decide que deben compartir todos los héroes. El equipo de Cíclope, bajo su mando, era un desastre que sólo la magia de Brian Michael Bendis ha sido capaz de reparar, pero Jóvenes Vengadores ha ido de menos a más en una continua progresión ascendente de calidad y con una ilusión contagiosa de cara a los lectores. Que tome buena nota Marvel.
«Nunca habría podido soñarte«
La batalla final contra Madre que vemos en el tomo #11 de la colección es todo lo épica y divertida que se podría esperar de un enfrentamiento entre cientos de variaciones dimensionales de nuestros héroes y los Héroes más Adolescentes de la Tierra (incluyendo algunos de los Poderosos Vengadores, Luces, Runaways…) y su desenlace, en armonía con el resto de la serie, representa un nuevo requiebro y un guiño más a la ilusión, el amor y la pasión que mantienen en pie a los «jóvenes adultos» frente a todo lo que la vida les va echando encima.
Con el conflicto terminado, el último tomo de Jóvenes Vengadores nos muestra una fiesta a la que está invitado todo el plantel marvelita menor de 21 (la edad legal de consumo de alcohol en EEUU, de ahí que «sólo haya zumos de frutas»). Gillen dedica este número no sólo a celebrar el desenlace de la trama, sino también a regocijarse con la última entrega de una colección en la que ha vertido hasta la última gota de su inspiración y a la que ha llegado a coger un enorme cariño. Y lo hace rodeándose de nada menos que once artistas distintos que van dando vida a las distintas escenas que cierran cada una de las historias personales que componen el cómic y que lanzan al futuro guionista de Jóvenes Vengadores el tremendo desafío de mantener a este grupo de héroes imperfectos y a medio formar como una de las apuestas más interesantes y divertidas de La Casa de las Ideas.
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