Panini Cómics ha publicado el segundo volumen de Jóvenes Vengadores en un tomo integral dentro de su línea Marvel Now! Deluxe, una oportunidad de excepción para conocer una de las series revelación de la iniciativa marvelita llamada a dar el protagonismo a las nuevas generaciones de héroes.
La tarea de Kieron Gillen y Jamie Mckelvie era complicada. Ya no era cuestión de hacer olvidar a Allan Heinberg y Jim Cheung y su trabajo en el primer volumen, sino sortear las inevitables comparaciones y que el público los valorara solo por su trabajo. Hay que decir que después de haber experimentado la lectura tanto en grapa como en un único libro, en este segundo formato la colección gana muchísimo.
¿Y eso por qué? Mientras que la cadencia mensual de la grapa lleva aparejada una sensación de incertidumbre (¿cancelarán la serie? ¿cuánto se alargará esta trama?), la perspectiva del recopilatorio permite advertir con mayor facilidad las intenciones autorales y cuál es el plan previsto, apreciando mejor los tempos de la narración y las derivadas de la trama principal.
Gillen y Mckelvie construyen un relato que trata acerca de lo que siginifica madurar y convertirse en adulto. El escritor británico une a un equipo obligado por las circunstancias, que acaba convirtiéndose en una familia. Ante la imposibilidad de pedir ayuda a los adultos, deben hacer piña y aprender a confiar no solo los unos en los otros, sino también en sí mismos, en sus posibilidades y fortalezas.
Todo el enfrentamiento contra Madre tiene como objetivo final ese, completar su camino hasta la edad adulta, tanto como héroes, como personas. Aquí entra en juego el aspecto emocional con la relación entre Wiccan y Hulkling como foco principal (pero no único, o que se lo pregunten a Kate Bishop). Gillen le presta mucha atención a los sentimientos de sus personajes, cargados de dudas, pero también de sueños. Y en su viaje aprenderán que el amor puede ser cínico y doloroso, o intenso y sin dobleces. Dos facetas igual de importantes y necesarias en el aprendizaje vital.
Este carácter más o menos instrospectivo, centrado en los personajes no quita que haya grandes secuencias de acción y que las aventuras sean muy dinámicas. De eso tiene mucha culpa (o mérito, mejor dicho) Mckelvie. El dibujante retuerce las posibilidades que ofrece el medio y crea unas composiciones muy imaginativas en las que el propio soporte (las viñetas o los cuadros de texto) dejan de ser un medio y se convierten en parte de la narración. El equipo creativo no necesita acudir a la ruptura de la cuarta pared para jugar con las composiciones de las páginas, haciendo la experiencia aún más emocionante.
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