Peach Momoko ha conseguido lo que pocos nombres en Marvel (o en DC), que los jefazos le brinden un espacio en el que jugar con los personajes de la compañía haciendo y deshaciendo a su antojo. No estamos ante un What if o Elseworld en el que los personajes se enfrentan a situaciones o contextos ajenos a ellos, lo que ha propuesto Peach Momoko en Demon Days (y Demon Wars) es otra cosa. Las licencias de Marvel son la excusa para que la autora de rienda suelta a su imaginación. Ni siquiera la protagonista de sus historias, Mariko Yashida, es un personaje de primera fila de la editorial.
«¡He dicho que no me mires!«
Ese es el principal atractivo de la propuesta de Momoko, el ir por los márgenes y crear unos personajes y un mundo que pueden evocar (o no) a los símbolos e hitos marvelitas, pero ante todo son parte de ella. Esta libertad de acción se traduce en unos trabajos que perfectamente podrían formar parte del catálogo de sellos independientes como Black Mask o Image, tal es el sello autoral que le imprime la artista japonesa. Marvel, pues, tiene un caramelo de esos que dan lustre a cualquier catálogo (más a uno como el suyo -o el de DC- tan encorsetado al pijameo o las aventuras de súper personas), de ahí que no dudara en dar continuidad a Demon Days en una secuela que expande su propio mundo y se aleja, aún más si cabe, de su referente marvelita.
Momoko se inspira en Civil War para relatar una pelea con dos facciones de yokais con Mariko como la única capaz de intentar mediar. El verbo empleado es clave: «se inspira». Como decíamos, la autora evoca lugares conocidos del universo Marvel, pero casi como un guiño para los lectores, pues pronto los personajes y el escenario mitológico japonés toman el control. Momoko se siente más liberada respecto a lo visto en la obra original y no se siente en la obligación de coger a tal o cual personaje y adaptarlo a su mundo. Coge lo que le interesa y lo utiliza como más conviene a su relato.
Así, Demon Wars presenta, por ejemplo, a sus propios Capitán América o Iron Man, a quienes identificamos por poco más que sus icónicos colores. Los hay también mucho más «reconocibles» como Pantera Negra o Magik. Y luego quienes, como Cíclope o Bruja Escarlata, asociamos según los yokais, como la oni Momiji, que representan. Más allá de eso, pocos nexos -al menos evidentes- encontramos en Demon Wars con el imaginario marvelita. Esta es una historia asentada en el folclore nipón. Tanto es así que como extra se vuelve a incluir una pequeña guía de yokais que presentan a algunos de los seres en su contexto dentro de la tradición e historia del país asiático.
Y aunque la trama verse sobre un conflicto entre dos facciones de yokais y su visión contrapuesta de cómo deben encarar el futuro y su relación con los humanos, el hilo conductor siguen siendo Mariko y su viaje de autodescubrimiento. A este respecto ambos volúmenes pueden entenderse como un todo. Muchas de las dudas y cargas emocionales de Demon Days son arrastradas a estas páginas, puesto que no solo sirven para forzar el crecimiento interior de su protagonista, sino que tienen su valor para reforzar su espacio en relación a los yokai y su mundo (no olvidemos que Mariko es hija de una oni).
Y si bien el tomo anterior dejaba la puerta abierta más como promesa -que se ha cumplido- que como anhelo, Demon Wars sí parece cerrar el viaje iniciático de su protagonista. Si en el futuro vuelve a haber más aventuras, ya hablaremos de otros códigos y enfoques.
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