Antonio de la Torre en Caníbal

61º Festival de San Sebastián | Retrato de un caníbal

Antonio de la Torre no come carne humana pero devora cada papel que le ofrecen con avidez. Es un salva guiones, un superviviente, un poderoso actor con su propio método.

 

San Sebastián ha recibido Caníbal entre la división de opiniones. Unos dicen que es la gran película española del festival y otros que es una pretenciosa cinta que no cuenta absolutamente nada. Esto es, en cualquier caso, lo que cuenta o pretende contar: Un sastre de Granada, uno muy bueno si no el mejor, lleva una vida ordenada donde el trabajo es lo más importante. El problema es que se alimenta de carne humana, principalmente de mujeres que no conoce.

 

Antonio de la Torre en el rodaje de Caníbal

 

Antonio de la Torre realiza un papel donde se desnuda de todos los recursos interpretativos y disminuye su trabajo al mínimo gesto. Lo que uno ve cuando se sienta frente a él es, sin embargo, todo lo contrario. Un tipo de gesto amable, inteligente, muy expresivo y con unas tremendas ganas de hablar: «Mi personaje tendría dos patas, la de sastre, que para ello estuve con Octavio Hernández, un sastre de Madrid que ha estado 50 años en la Gran Vía. Entre Martín Cuenca, Hernández y yo consensuamos las secuencias en la sastrería. Yo necesitaba sentirme sastre. Por otro lado está el psicópata, pero no nos pusimos psicologistas con el asunto. De hecho, Manolo sólo me dejó una vez pronunciar la palabra psicópata. Más bien es un depredador. Si fuera un animal sería un leopardo, un animal relajado que un segundo te da un zarpazo«. Y todo esto sin respirar.

 

Azuloscurocasinegro se le cae de la boca un par de veces. Con el debut de Daniel Sánchez Arévalo conocimos a Quim Gutiérrez, Raúl Sánchez Arévalo, De la Torre y al propio Daniel, no está mal. «Cuando vi Azuloscurocasinegro Dani me decía que la gente estaba hablando de mí de puta madre y a mi me parecía una broma verme disfrazado de un tío que estaba en el talego. Sin embargo ese papel cambió mi vida«. Con Caníbal es distinto porque hoy Antonio está considerado uno de los mejores actores de este país aunque a él le cueste reconocerlo: «Nunca voy a ser Bardem o Al Pacino pero puedo ser un buen Antonio de la Torre. Mi hermano me dijo que no había que ser el número uno de nada, que sólo tienes que ser el número uno en ti mismo. Me pareció una gran lección de educación sentimental«. Su hija de dos años también le ha dado una lección, esta vez a través de los cuentos. En concreto hay uno que le fascina, el del patito feo. «Cada persona en la vida tiene algo especial, lo difícil es encontrar qué clase de cisne eres tú. A mí me da pena ver a esa gente a la que se le va la vida intentando averiguar quién es. En este país hace falta más autoestima y más conciencia de que el fracaso es parte del camino«.

 

Precisamente la carrera de Antonio tiene un comienzo que apuntaba más al fracaso que al éxito. «Estuve en Madrid mucho tiempo dando la tabarra a los jefes de casting, pero me tuve que volver y trabajar como periodista, (me mira y se ríe) ojo, que es maravilloso, pero mi sueño era ser actor. Hubo un momento que dejé de imitar a amigos míos de la escuela de Cristina Rota y empecé a ser yo. Y este cambio de actitud coincidió con un papel muy importante para mi, el de Padre Coraje. Yo curraba de periodista pero cambié el turno y me planté en una nave industrial para hacer el casting. La cola era kilométrica, ya me temía el típico ayudante de cámara que te decía ponte de frente, ponte de lado, di esto, di lo otro y al final un ‘bueno pues ya te llamaremos’. Cuando entré y vi a Benito Zambrano y como además llegué descreído hice una gran prueba a pesar de que todavía no había hecho un papel con nombre. Me cogieron y no es porque yo lo diga pero en Padre Coraje todos los actores están de puta madre, incluido yo«.

 

Antonio de la Torre en Caníbal

 

Esa picardía y esa confianza en sí mismo que Antonio ha ido adquiriendo con el paso de los años fueron muy importantes en la prueba de casting. «Se me ocurrió llevar un filete y proponerle a Manolo hacer la escena en la que mi personaje se come una pieza de carne humana. Se lo comenté, le pareció bien (o no, pero por cariño me dejó). Calenté el filete, me senté y me puse a comérmelo. Cuando terminé supe que me lo había metido en el bolsillo«. Luego durante el rodaje el protagonista de Grupo 7 tuvo que aguantar los «latigazos» de un Martín Cuenca obsesionado con evitar cualquier atisbo de expresión física. El resultado es un personaje entumecido y frío que causó sensación en el Festival de Toronto donde sólo algunos espectadores no entendieron los sentimientos que empujan a este personaje a hacer lo que hace. «No hay porqué analizarlo todo, ¿qué explicación tienen el holocausto? ¿y el hambre en el mundo? Son cosas que ocurren en la historia de la humanidad«.

 

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