Hay veces que, tanto series como películas, realizan una visión no realista de la realidad que podría darse hoy en día. Pero en muchas ocasiones, eso que pensamos que solamente es ficción y no realidad, termina por golpearnos. Recuerdo la primera vez que Black Mirror consiguió destrozarme. Fue con el segundo capítulo de su primera temporada: Quince millones de créditos. En aquel capítulo, un chico decide invertir todo su dinero (conseguido haciendo ejercicio en una máquina todo el día) para ayudar a una chica que quiere convertirse en artista. El miedo era que, si no pasaba la prueba, terminaba realizando películas para adultos. Sin llegar a ese extremo, fue la primera vez que vi que la ficción igualaba o superaba a la ficción. Pensé en todos esos desconocidos que no triunfaron en su búsqueda de la fama y terminan siendo “prostituidos” en otros formatos únicamente por que dan bien en cámara, aunque no tengan ni idea de lo que están hablando. Black Mirror es una serie necesaria y que remueve conciencias a medida que avanzan los capítulos.
Charlie Brooker supo captar lo que el mundo, la tecnología y los medios de comunicación hacen hoy en día. Y la calidad de su serie siguió en aumento. Y ahora, tres años después del final de la segunda temporada, Black Mirror vuelve para ser, definitivamente, ese referente dentro de las series que ya era. Pero que ahora ha conseguido alcanzar las cotas de magistral. Y no lo hace tirando a lo fácil, repitiendo fórmula o dejándose llevar. Charlie Brooker consigue en los seis episodios de la temporada hacernos pensar y reflexionar sobre hacia dónde está yendo el mundo y su abuso de la tecnología. Una tecnología que poco a poco va ocupando un parte tan importante de la vida diaria que, lo que vemos en Black Mirror, es casi realidad. En esta tercera temporada de la serie, cada capítulo es un golpe en el estómago. Es quedarte mirando la pantalla unos minutos después de que hayan aparecido los títulos de crédito. Y es querer no vivir la situación que viven los protagonistas de la película. Una realidad muy dura y que, como he dicho, cada vez está más cerca.
Nosedive, Playtest, Shut up and dance, San Junipero, Men against fire y Hated in the nation son los seis capítulos que conforman la tercera temporada de Black Mirror. Y todos ellos son una maravilla audiovisual única. La forma de contar su universo, la narración, el montaje, la dirección y las interpretaciones son prodigiosas, destacando por encima de todos a Bryce Dallas Howard (Impresionante es poco) y Gugu Mbatha-Raw. Y todos ellos terminan de una forma nada alegre o feliz. Salvo San Junipero, que es el primer episodio de la serie que tiene un mensaje con final feliz. Pero no quiero revelar nada relevante, por eso únicamente diré, sin mencionar que capítulo es, las preguntas a las que nos somete Charlie Brooker:
¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para que un troll de internet no publique contenido privado tuyo?
¿Hasta dónde está el límite de realidad o ficción? ¿De ser un videojuego a creerte que es de verdad?
¿Hasta dónde estaría el ejército, el gobierno o las autoridades pertinentes en llegar para que los militares dejen de tener sentimientos ante sus posibles objetivos?
¿Hasta dónde creemos que podemos llegar al participar en juegos de Twitter sin pensar que después llegarán las consecuencias?
¿Hasta dónde llegaríamos por alcanzar una popularidad en la vida real que nos permita acceso a los lugares o a las situaciones menos accesibles?
¿Hasta dónde llegaríamos por poder regresar una y otra vez a la época más feliz de tu vida a través de la memoria?
Estas son las “sinopsis” o la preguntas que Charlie Brooker nos lanza en cada en uno de los capítulos de la tercera temporada. Son preguntas que, cuando te las haces en la cabeza, realmente pueden llegar a dejarte marcado. A mí me han dejado marcado todos estos capítulos en cada uno de sus detalles, en cada uno de sus interrogantes y en ver que, día a día, esto que parece ficción se va a convertir en una realidad más tarde que pronto. Además, en la tercera temporada se permiten el lujo de jugar con los géneros. Black Mirror siempre ha sido una serie dramática en sus dos anteriores temporadas. Aquí, podemos encontrar una historia de amor realmente preciosa y una historia en donde el misterio y el terror toman el control. Este último, por cierto, dirigido por Dan Trachtenberg, director de Calle Cloverfield 10. Y es que si pensáis que los primeros capítulos van a ser suaves o el aumento de emoción en la tercera temporada de Black Mirror va in crescendo, estáis equivocados. Toda la temporada se mueve en unos parámetros de calidad que no se han visto nunca en la televisión. Es una calidad de otro nivel, puede que haya capítulos a los que les cueste arrancar o entrar en su historia (Hated in the nation dura 90 minutos, y es el que con más calma se toma todo). Pero el nivel es demasiado alto, y la calidad es impresionante.
Black Mirror ha encontrado en su tercera temporada lo que necesitaba, dar el salto definitivo para convertirse en un referente de las series contemporáneas y alcanzar el nivel de obra maestra, de culto diría yo. No hay nadie que no quiera entrar en su juego, un juego de miedo y tensión, de asustarnos al ver lo que la tecnología está haciendo en nuestras vidas. Es algo que aún no hemos visto, pero que siguiendo el camino por el que vamos dentro de poco veremos. Charlie Brooker ya es un referente en cuanto a calidad audiovisual, convirtiendo su producto en un referente en todos los aspectos (la fotografía de cada uno de los episodios es sublime). Black Mirror es una obra maestra y que ya ha entrado en el olimpo de las mejores series de la historia. Magistral.
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