Álex Pina, creador del fenómeno La casa de papel, se une una vez más (tras Vis a vis) a Esther Martínez Lobato para la que es la primera gran apuesta nacional de Movistar + para este 2019, El embarcadero. La serie cuenta la historia de una mujer que tras firmar un contrato millonario recibe la amarga noticia de la muerte de su marido, cuando le son entregados sus objetos personales descubre otro teléfono asociado a la doble vida que llevaba con una mujer radicalmente distinta que vive en la pantanosa albufera.
Leyendo su premisa uno puede imaginarse el típico culebrón de televisión privada en abierto que engancha a media España un martes por la noche entre cabezada y cabezada y, quizás, si hubiese sido así no habría que comentar todo lo que hay que comentar, porque el principal problema de esta ficción es lo en serio que se toma y como, al intentar mezclar géneros de mala manera, se produce una confusa combinación de tonos que convierten a la serie en una amalgama de ideas inconexas bastante extraña.
Los creadores optan por alternar la historia central de las dos protagonistas (mujer y amante) con la del difunto y es aquí donde nace el caos. Para empezar, por lo descompensado que está todo el metraje, porque la historia de él se introduce de pronto, cuando los guionistas creen que es adecuado desvelar una evidencia clara desde el minuto uno y, por otro lado, porque es aquí donde la serie no se encuentra y quiere ser un thriller a la vez que un drama que resulte una reflexión trascendental sobre la pérdida, el duelo y la búsqueda de la verdad.
Para ello recurre a un engolado texto enfatizado todavía más por la dirección de actores (a lo Ramón Salazar) que lleva ciertas situaciones al ridículo. En este punto se ve el complejo de sus creadores, que manifiestan el esfuerzo porque su serie sea autoral y no un producto convencional; y es un gran error pensar que la solución a esto es filmar en 2:35, con un filtro de Instagram a lo Médem y llevando a los actores al lado más visceral de sus emociones. Es irónico que pretendiendo escapar de esa televisión más efímera se recurra tanto al recurso musical, que está presente durante todo el metraje subrayando absolutamente todo de lo que se habla.
Ese subrayado es lo que hace que las interpretaciones no sean todo lo brillantes que podían ser, ya que los actores mastican demasiado el texto y resulta antinatural. Pese a ello, se ve que conocen muy bien a los personajes y sus conflictos, probablemente el apartado más acertado en lo que se refiere a dirección.
Pese a estas ínfulas, la serie es entretenida y es aquí donde se ve la experiencia del equipo, porque saben introducir los cliffhangers a lo largo del episodio. Cliffhangers que a veces se resolverán en el propio capítulo y otras tendremos que esperar. Es una serie muy bien pensada en su posproducción para que sea «maratoneada» y tiene los ingredientes clave para triunfar entre todo tipo de público. Apuesta poco arriesgada, pero segura.
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