Vaya, vaya. Nos vinimos un poco arriba en la despedida del anterior post hablando de «lectura obligatoria» del trepamuros acerca de La última cacería de Spiderman. Quizás por las expectativas creadas o porque la historia responde a unas intenciones muy definidas -que no son otras sino iniciar el proceso de revertir ciertos pecados-, este arco argumental ha terminado desinflándose en su última parada. Y es que si bien la premisa era interesante, el clímax de la historia revela lo insostenible de la misma más allá de unos pocos episodios. ¿O alguien veía factible que la trama del Peter Parker «duendizado» podía alargarse en el tiempo? Ya solo el poner a MJ como su primer objetivo lo hacía inviable.
«Tengo que echar un vistazo a su ático»
Así, la primera mitad de El Asombroso Spiderman #23 (#232) está dedicada a cerrar esta trama, pero de tal forma que, salvo por esa semilla del cambio comentada antes, devuelve a todos los personajes implicados al momento anterior a la misma aventura; casi como un «aquí no ha pasado nada». ¿Y que hay de la segunda parte? Panini Cómics dedica el resto de la grapa, así como El Asombroso Spiderman #24 (#233) a un relato aparentemente menor, pero que tiene por misión servir de prólogo al siguiente evento arácnido: Guerra de bandas.
Y hablamos de relato aparentemente menor porque Zeb Wells acude a un personaje random donde los haya. Porque a ver, ¿qué relación puede tener Rek-Rap, un trasunto de Peter originario del limbo con el alcalde Luke Cage y las bandas mafiosas de Nueva York? El personaje le cayó en gracia a Wells y lo ha rescatado de Red Oscura. Si Slott puede darle un sidekick al bueno de Spidey, Wells pensaría «¿y yo por qué no?» Y en esas estamos. El demonio, por simpático que quiera ser, resulta cargante hasta decir basta. Máxime, y he aquí lo relevante de este prólogo, cuando en paralelo se están narrando los movimientos de diferentes facciones mafiosas para acabar con el dominio de Lápida, referente del crimen organizado desde la caída en desgracia de Wilson Fisk y, para desgracia de Parker, persona de interés en su círculo más cercano por su conexión con Randy Robertson (recordemos está comprometido con la hija del maloso, quien para más inri también es una súper villana). Así, lo que acontezca en el submundo de la mafia va a salpicar a nuestro protagonista de una u otra forma.
Claro, de una parte tenemos esta trama en las sombras, y por otra al estrafalario Rek-Rap arrastrando a Spiderman en modo niñsera de un lado de la ciudad a otro sin saber muy bien a qué atenerse. Hay un desequilibrio importante que, por suerte, termina decantándose por lo primero, que será el detonante del inminente evento. El guionista sigue con esa tónica irregular que viene acompañando a Spiderman en los últimos años enlazando buenas premisas e ideas con otras no tan inspiradas dejándolo en una especie de tierra de nadie en la que el personaje ni termina de hacer un reseteo que lo devuelva a su normalidad canónica, ni tampoco da ese salto hacia delante en una dirección concreta. Mientras tanto el tiempo pasa y nos seguimos haciendo mayores.
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