Vaya por delante que Ethan Hawke y Greg Ruth no son Sean Phillips y Ed Brubaker, pero ambas parejas creativas comparten un profundo conocimiento de sus personajes y de los violentos mundos en los que deben sobrevivir. Protagonistas abocados a ensuciarse de barro y sangre y cuyos viajes, tortuosos, son profundamente transformadores.

«… solo me lamenté… de no haber seguido luchando»

Algo de Brubaker-Phillips hay en este drama criminal que bien podría haber sido un filme dirigido -o protagonizado- por Ethan Hawke (de hecho, las facciones de uno de sus protagonistas, Jack Johnson, parecen claramente inspiradas en el propio Hawke). Se trata de una historia que es tanto un relato iniciático, como sobre la madurez. Para Jack es un viaje en el que aprende el significado de la paternidad; pero para Cooper, su hijo, es el hito que le sacará de la infancia y que le marcará los primeros pasos de su vida adulta.

Pero Meadowlark es también un relato acerca de la comunicación -o la falta de ella- entre padres e hijos. Sobre la imagen que proyectamos y la que creemos dar; sobre la imagen que idealizamos y la que nos provoca resentimiento. Meadowlark es, ante todo, un relato de personajes: un padre que no para de tomar malas decisiones -aún teniendo nobles intenciones- y un hijo obligado a madurar arrastrado por los pecados del padre.

Todo ello narrado en clave de western. Desde la estepa texana como gran escenario de fondo, arquetipos temáticos como la venganza o la redención, la siempre socorrida banda de criminales o el inevitable duelo final, los motivos del western están todos presentes, así como la solemnidad con la que se tienden a masticar sus escenas y la crudeza instaurada en el género en las últimas décadas.

Meadowlark es una de esas pequeñas joyas que no deberían pasar desapercibidas.