La historia, medio romance, medio thriller, medio historia de terror vampírico, acaba mejor de lo que se esperaba. Bella Swan está a pocas semanas de terminar el instituto y así poder cumplir su más deseado sueño: convertirse en vampiro y poder estar toda la eternidad junto a su querido Edward Cullen. Pero las cosas se complican cuando debe elegir entre éste y la amistad – que ya es una declaración en toda regla – del licántropo Jacob Black, que la corteja a base de lucir los pectorales. Pero además del lío amoroso, cuya tensión sexual nos estaba volviendo locos, aparece la amenaza de una posible lucha entre vampiros y hombres lobo, además de una pelirroja con muy mala leche que está reuniendo un ejército de vampiros para vengarse de Edward. En definitiva, tensión por varios flancos.
Sin duda, más allá de los quemados protagonistas, podría destacarse la presencia vampiresca que poseen Peter Facinelli y Dakota Fanning, los únicos que con su breve intervención le ganan en palidez y credibilidad al vampiro protagonista.
Sangre, la justa, a lo que ya nos habíamos acostumbrado; aunque la violencia aumenta y se acerca más a una verdadera historia de vampiros, y no un melodrama adolescente – que sigue vivo en la base del relato – en el que se despiertan nuestras ganas de terminar con la vida de los personajes protagonistas.
Para los que habéis seguido las películas y sois víctimas del enganche que produce la saga de la escritora Stephenie Meyer, merece la pena terminar de visitar el poco soleado pueblo de Forks. Para los que no, siempre habrá otras películas interesantes en cartel.
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