I’m Still Here: Broma pesada entre cuñados

I’m still here es un falso documental sobre el supuesto abandono del mundo del celuloide por parte de uno de los mejores actores de Hollywood de la última década, Joaquin Phoenix, para dedicarse a vagar por discotecas rapeando.

De no haber sido porque a España la película llega después de su paso por los festivales de Toronto o Venecia, es decir, después de recibir una tremenda repercusión en todo tipo de medios, el impacto habría sido mayor y quizá la ecuación formada tanto por el factor sorpresa como por el factor duda hubiera hecho que el documental fuese – perdón por el cliché -, el sleeper del año.

Pero la cuestión es que fue la pieza más sonada en el festival de Venecia de 2010. Fuera de concurso, hizo que no se hablara de otra cosa salvo de cómo a Joaquin Phoenix le había abandonado su buen juicio y cómo su figura ahora se convertía en un pastel para los medios. Haciendo su debut en la dirección estaba el hermanísimo de Ben Affleck, Casey, que se da el caso de que es el cuñado de Phoenix (está casado con la hermana de Joaquin, Summer Phoenix), lo cual era un punto de marketing más a favor de la cinta.

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Como digo, si todo hubiera quedado ahí el resultado ganaría muchos enteros, pero los medios, no pudiendo resistirse al hecho de saber si Joaquin en realidad estaba como una puta cabra o era – y es – un tremendo actor, tuvieron que sonsacar al pobre de Casey que, efectivamente, se trataba de un montaje.

Ahí es donde todo se derrumba. Como comedia, funciona perfectamente, con hilarantes momentos que traen a la memoria los mejores chistes de la compañía Appatow – sólo un ejemplo, la poderosa voz en off de Edward James Olmos explicando a Joaquin qué significa estar en la cima, mientras lo que nos muestra la cámara es a Phoenix endemoniado por su flow cantando directamente a la cara de póker de Olmos -.

Pero la explicación que dio el benjamín de los Affleck sobre el porqué de la cinta, esto es, mostrar el descenso a los infiernos de una estrella que se encuentra en lo más alto de su carrera, deja un regustillo a invención sobre la marcha, a «me habéis pillado y os voy a contar esto, a ver si cuela«. Sabiendo esto, el papel del director pierde fuelle, se limita a acompañar a Joaquin en sus locuras grabando con su cámara, aunque también hay que concederle el buen hacer en cuanto a comedia se refiere, ya que la mayoría de los gags vienen creados por el montaje. También es salvable alguna que otra metáfora, como la del final, que intuyo, serán idea de Casey.

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En lo que no hay discusión posible es en la fuerza bruta de la naturaleza que es Phoenix como actor. Es el único que gana con la certeza de la falsedad del filme. Interpretarse a sí mismo demente estando realmente cuerdo requiere de un ejercicio de introspección que lo podría situar perfectamente en una nominación al Oscar. Cada gesto de locura, cada chanza que tuvo que soportar cuando todo estaba siendo grabado y nadie sabía qué le ocurría realmente (su entrevista bizarra en el show de David Letterman), hace que aún sabiendo que todo es una mentira, tengas dudas de si quien te ha engañado es Affleck diciéndote que es falso.

El documental deja buen sabor de boca al salir de la sala de cine, pero la imagen que se queda grabada en la mente es la de los cuñados riéndose sin parar en una orgía.

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