Tomando como base la novela de Christine Leunens El cielo enjaulado, Taika Waititi explora los límites permitidos en la sensibilidad occidental de la era del «ofendidismo» con una película que, a brocha gorda, podría definirse como una La vida es bella protagonizada por nazis. Así, conocemos al pequeño Jojo Betzler quien, a pesar de su corta edad, es un fanático nacionalsocialista que se cree a pies juntillas el ideario de la raza superior, que los judíos son terribles monstruos y tiene al führer (una versión imaginaria suya) como mejor amigo y principal figura paterna.
Con estos mimbres, Waititi nos propone una historia enmarcada en el coming-of-age en un entorno muy hostil, situado en la Berlín de la última fase de la 2GM, con los aliados ganando terreno a los nazis. A través de los ojos de Jojo conocemos la guerra desde la retaguardia alemana, asistimos al adoctrinamiento de los jóvenes y la persecución de los opositores y los diferentes. El director nos muestra una realidad cruda, pero sin renunciar nunca a esa mordacidad tan característica que le ha llevado al éxito en las grandes ligas.
La película sabe equilibrar los momentos de ternura con los más descarnados de una manera muy eficaz, buscando la respuesta emocional del público. Jojo Rabbit no quiere un espectador impasible ante lo que ve, sino a uno que sienta y reflexione sobre lo que ve. Propone una diversión incómoda, arriesgando con una comedia entre la caricatura y la humanidad, muy cínica, acerca de un tema que despierta muchas sensibilidades.
De hecho, el primer tramo de la cinta es toda una declaración de intenciones. La locura y la comedia son la nota dominante a lo largo de toda la presentación jugando con algunos de los códigos que le son propios y que tan bien explotó en el filme con el que empezó a conocerle el gran público (Lo que hacemos en las sombras) y evocando -sin esconderlo- referentes visuales como El gran dictador o la imaginería de Wes Anderson.
Sin embargo, según avanza la trama esta alocada y canallesca comedia va perdiendo potencia. A medida que se recrudece la historia y la realidad de la guerra y el nazismo van cobrando protagonismo y -sobre todo- cala en la vida familiar y el entorno de Jojo, el tono de la película se va oscureciendo. Ayuda mucho el equilibrio que encuentra el director entre los diferentes registros de sus principales personajes, donde los más extravagantes de Sam Rockwell o el propio Waititi y los registros más contenidos y dramáticos Scarlett Johansson o Thomasin McKenzie marcan la temperatura tanto a la película como a Jojo (Roman Griffin Davis).
Taika Waititi exprime hasta donde sabe que puede, tomando riesgos pero sin perder la mesura e insuflando un pequeño -e importante- soplo de aire fresco a una industria -la del cine- demasiado preocupada por el qué dirán y por no ofender a nadie que pueda tocarle el bolsillo.
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