Existe un tipo de cine que nos acerca tanto al protagonista que logra confundirnos y que perdamos la perspectiva. No es en absoluto una mala característica, sino todo lo contrario, una virtud muy difícil de replicar. La última vez que vi una cinta en la que esto se consiguiera fue en la estupenda Take Shelter (Jeff Nichols, 2011). En aquel filme Michael Shannon (El Hombre de Acero) interpretaba a un torturado padre de familia que comenzaba a tener visiones apocalípticas. Nichols nos sumergía tanto en la psique del protagonista que durante toda la película éramos víctimas de las mismas dudas que atormentaban al personaje: ¿era profético lo que veía? ¿o se trataba de la manifestación de una enfermedad mental hereditaria?
Este mismo efecto lo vuelve a lograr ahora Karyn Kusama con La Invitación. La cercanía desde la que contemplamos las evoluciones de Will (Logan Marshall-Green) nos contagia de sus temores y recelos hacia los estrafalarios anfitriones de la cena entre amigos que aquí se relata, pero también nos hace sospechar de su propia cordura cuando nos obliga a ser testigos de sus comportamientos antisociales e incluso obsesivos. La directora neoyorkina comienza pronto a sentar las bases de esta sensación: ya en la primera escena de la cinta, con el ‘leve’ accidente que sufren Will y Kira (Emayatzy Corinealdi) y la manera en que el primero resuelve la situación, vemos que algo no termina de funcionar bien en su cabeza. Una profunda depresión y, quizás, una mente destrozada empujan al personaje de Marshall-Green a comportarse de una manera seria, sosegada y en apariencia carente de sentimientos. No lograremos quitarnos esta sensación en lo que queda de película.
El ambiente reducido de la vivienda de la pareja anfitriona intensifica los momentos sofocantes y hace que la directora saque a relucir su ingenio para hacer danzar al protagonista entre las diferentes estancias mientras el salón se convierte en el punto de partida y de destino de cada una de las breves escenas perfectamente hiladas que componen el puzle que es La Invitación. De hecho, con excepción de algunos momentos significativos, a Kusama le basta con esa sala, un par de breves visitas al jardín y muy cortos flashes del resto de cuartos para contar la historia que quiere. Lo cual es muy de aplaudir, porque esta cinta somete con muy poco a los espectadores en un estado de alerta permanente en el que todos son conscientes que hay dos historias desarrollándose a la vez, la que vemos y la que nuestro protagonista percibe.
Es un curioso caso el de esta directora. Se dio a conocer al mundo gracias a Grirlfight (que protagonizó Michelle Rodríguez y se llevó el Premio de la juventud a la Mejor Película Extranjera en Cannes en 2000) y esto llevó a que las grandes productoras se fijaran en ella, interés que se tradujo en las olvidables Æon Flux (2005) y Jennifer’s Body (2009). Ha tenido que volver a sus raíces y centrarse en un proyecto pequeño y personal para volver a deslumbrar con este auténtico peliculón que se disfruta de principio a fin (¡y qué fin!) y que vuelve a la senda del éxito con el Premio a la Mejor Película en el pasado Festival de Sitges.
También juega a favor de la creativa americana una actuación muy lograda por parte de Logan Marshall-Green. El actor, al que pudimos ver en la Prometheus de Ridley Scott, aguanta muy bien el tipo siendo el centro de todas las miradas durante el poco más de hora y media que dura el filme. Sus diálogos y, sobre todo, sus silencios hacen que el personaje quede perfectamente definido desde el principio de la cinta y su paso de una actitud inmutable a decidida en el último acto nos muestra la variedad de su registro. No puedo sino invitaros a disfrutar de esta película.
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