El cine de época es el género que nunca morirá, una vez al mes (cada dos en su defecto), se cuela en la cartelera alguna película pequeñita (en su distribución porque una obra del género no puede hacerse con poco dinero) ambientada en la época victoriana, de las revoluciones, etc. En los últimos veinticinco años este género nos ha regalado obras como Regreso a Howards End, Sentido y sensibilidad o, la más reciente, Un asunto real. Las adaptaciones han estado muy presentes también y hemos tenido versiones dispares de Orgullo y prejuicio, Ana Karenina, Cumbres Borrascosas o Jane Eyre. En esta ocasión una nueva adaptación del clásico de Flaubert Madame Bovary es lo que nos ocupa.
La película cuenta la historia de Emma, una mujer que cree en el amor por encima de todo, y que influenciada por todas las novelas que ha leído se empeña en encontrar al hombre de su vida. Cuando es casada con un médico comienza a frustrase, puesto que eso no era lo que ella buscaba y esperaba de un matrimonio; y empieza a introducirse en el oscuro mundo de las infidelidades y las relaciones extraconyugales.
La cinta funciona bastante bien gracias a un montaje eficaz que permite que la historia original, que es excesivamente densa, resulte amena, dinámica y enganche. Este montaje se fundamenta en elipsis que ahorran al espectador tener que aguantar diálogos eternos o desosegados lamentos; aquí también entra el trabajo de Sophie Barthes y Felipe Marino quienes adaptan la extensa novela con sencillez, ya que consiguen quedarse con las escenas principales y son conscientes de que cine y literatura son medios distintos y no es mejor adaptación la que es más fiel o fotocopia la obra original, si no la que capta la esencia y sintetiza y expresa el tema fundamental de la misma, como en este caso.
Lo más destacable de toda la película es la dirección de arte, a cargo de Benoît Barouh (a los decorados) y Valeérie Ranchoux (con los vestuarios), ya que consigue desarrollar un lenguaje propio y dar a conocer la idea central de la película y el dilema de la protagonista, el salto de la ilustración al romanticismo. La protagonista siempre viste ropas luminosas y coloridas, frente al resto de personajes que visten con tonos negros, marrones y nada vistosos; además de esto, son importantes las secuencias en las que vemos a la protagonista moverse, en solitario, por espacios en ruinas o plenamente naturales (el bosque donde abre y cierra el film) que muestran esta huida de lo racional (representado en las diferentes casas, salones y espacios cerrados) hacia lo plenamente romántico y, humano, valores anulados por la ilustración (representada por el resto de personajes).
En el reparto destaca la protagonista, Mia Wasikowska, quien transmite ternura, verismo y desasosiego y sabe mostrar, con solo una mirada, su conflicto. El resto del casting está correcto, pero sin trascendencia, quiere decir, no están sobreactuados pero tampoco captan y, por ende, no trasmiten los sentimientos, inquietudes y complejidad de sus personajes.
En conclusión, una película agradable y correcta pero intrascendente; una película destinada al olvido en cuanto salga de cartel. Pese a esto, es disfrutable y no se hace pesada (algo habitual en las películas de época) y, repitiéndome, la dirección de arte y el uso de los vestuarios y escenografía como medio otorga a la película una importante y sensacional carga iconográfica, algo que (por desgracia) pocas veces se tiene en cuenta.
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