En su nueva película, el (polémico) Oliver Stone narra la historia real de Edward Snowden, un hacker informático que sacó a la luz los trapos sucios de la Agencia de Seguridad Nacional, al dar a conocer que dicha institución espiaba todo tipo de comunicación electrónica de cualquier ciudadano.
El siglo XXI, más en particular, la Era de las Comunicaciones han traído varios escándalos de este tipo (Wikileaks) y ha hecho archiconocidas a figuras como Steve Jobs (aunque su trabajo venía de los 70) o Mark Zuckerberg. Todos estos acontecimientos y personajes han dado lugar a una mitología contemporánea, han creado todo tipo de leyendas urbanas y cómo no, Hollywood les ha sacado rentabilidad; así tenemos dos visiones de la vida del fundador de Apple, una apedreada película sobre el caso Wikileaks o la fantástica La red social en la que Fincher daba su peculiar versión sobre la fundación de Facebook.
Oliver Stone trata en su Snowden crear algo a medio camino entre la ficción y el documental. La película parte de la grabación del documento gráfico por parte de Laura Poitras, interpretada por Melissa Leo, y a raíz de ahí desarrolla una trama que combina la historia de su vida privada con su vida laboral, que le facilitó el acceso a ciertos documentos.
Snowden es brillantemente interpretado por Joseph Gordon-Levitt, una actuación que sorprende por el trabajo de voz y expresión facial que realiza el actor, se argumenta el poderío de este trabajo con la aparición del propio Snowden al final del film. Haciendo de su pareja, tenemos a Shailene Woodley que se muestra natural y espontánea ante la cámara (después de verla en aquel circo llamado Bajo la misma estrella), además de hacer buen dúo con Gordon Levitt, aunque hay que añadir que (no por su culpa) su personaje acaba siendo un poco florero. Y es que ese es el principal problema de la cinta, Oliver Stone construye con precisión el personaje de Levitt y recrea con éxito el entorno en el que grabó la confesión a Laura Poitras, pero acaba yéndose tanto a la ficción que no hay equilibrio ninguno entre lo verdadero y lo falso, creando una cantidad inhumana de secundarios que sobreexplican todas las acciones y escenas del film. Otro fallo del guion es que no dosifica los tiempos y la parte más interesante de la historia es resuelta en diez minutos, mientras que extiende otras escenas y acontecimientos de manera cansina.
Las intenciones de Oliver Stone son, de manera indudable, las mejores, pero el resultado es bastante cuestionable por la carencia de ritmo, la presencia de escenas insulsas e innecesarias y, sobre todo, su dilatado metraje. Sin embargo presagia un gran futuro a la joven pareja protagonista, que poco a poco salen del cine más juvenil, demostrando su valía.
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