Tron: Legacy es, más que una secuela, una versión mejorada de la cinta original (Tron, 1982). Hablamos de versión mejorada porque al igual que su predecesora, la película es todo un muestrario de lo que los avances técnicos pueden ofrecernos y, por otra parte, la trama es básicamente la misma.
En la original, Kevin Flynn (Jeff Bridges) quedaba atrapado dentro de un mundo virtual controlado por un malvado programa, al que tendría que vencer para poder salir con vida. En esta secuela, 28 años después, Kevin vuelve a estar desaparecido en «la red», lugar al que también llega por accidente su hijo Sam (Garrett Hedlund). Juntos, y con la ayuda de Quorra (Olivia Wilde) la discípula de Kevin en esta realidad de bits, tendrán que encontrar la forma de regresar al mundo físico.
Con estas pistas es fácil imaginarse por donde van los tiros en Tron: Legacy. Es un relato muy convencional que habla de las relaciones familiares, de aire nostálgico, con ciertas ínfulas y episodios más o menos oscuros y trascendentales que no pasan de ser intentos relativamente ingenuos de acercarse a temas como la evolución humana, los beneficios y peligros de la tecnología, mundos paralelos… cuestiones abordadas por grandes clásicos como Blade Runner, 2001: Odisea en el espacio o la muy comercial Matrix.
Su simpleza sin embargo no va en detrimento del entretenimiento. Unas buenas interpretaciones donde sobresale un extravagante Michael Sheen y la misteriosa Olivia Wilde, una música hecha a medida y una calidad técnica que nos atrae como la luz a las polillas hacen de Tron: Legacy un auténtico espectáculo.
La banda sonora del dúo francés Daft Punk (cameo incluido) le sienta como un guante a la película. Acompañando a la acción en casi todo momento y alguna licencia revival de los ochenta, la música otorga un mayor empaque a la cinta.
Pero sin duda, por lo que más sobresale Tron: Legacy es por su maravilloso acabado técnico. Lo primero es la calidad que ofrece el sistema 3D. Tomando como ejemplo El Mago de Oz (que diferenciaba entre el B/N y el color), el film de Joseph Kosinski utiliza el 3D para potenciar las sensaciones dentro de «la red», dejando que las escenas en el mundo real luzcan sin la técnica con la intención de usarla a favor de la historia.
Sin embargo, lo sorprendente es que la película está rodada en 35mm, el sistema analógico en contraposición al formato digital que se ha usado hasta ahora en todas las producciones en 3D. Las ventajas son más que evidentes, pues el acabado de la imagen es mucho mayor ya que no requiere de ningún tipo de compresión. Con el digital, la imagen se muestra demasiado nítida, perdiendo texturas y brillos. Teniendo en cuenta que normalmente las películas en 3D se ven demasiado oscuras, el que Tron: Legacy esté rodada en 35mm nos ofrece una visión nueva y más placentera sin tener que forzar tanto la vista.
Los efectos visuales no sólo hacen las delicias al recrear el mundo digital en el que se encuentran los protagonistas ni hacen posible los juegos a muerte a los que se enfrentan, sino que han propiciado que volvamos a ver a Jeff Bridges como si tuviera 35 años. El acabado recuerda al de films como El curioso caso de Benjamin Button o Beowulf. Aunque en ocasiones se percibe demasiado que se trata de un personaje digital, en la mayoría la duda entre lo real y lo digital queda ahí.
La nota curiosa la ponen los trajes lumínicos. En la película original todo respondía a un trabajo de postproducción, pero esta secuela ha ido un paso más allá. Son los propios trajes los que emiten la luz, hechos de neopreno con lámparas electroluminiscentes.
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