Este artículo contiene spoilers de las tramas de las ocho temporadas de Juego de Tronos.
Valar Morghulis. Valar Dohaeris.
Hace casi diez años mi vida cambió. Hace casi diez años, en abril de 2011, veía el primer episodio de, quien me lo iba a decir, la mejor serie que he tenido la oportunidad de ver en mi vida. Juego de Tronos no ha significado lo mismo que Perdidos o Breaking Bad, esta última en mi ranking de las mejores, pero la serie basada en Canción de Hielo y Fuego me hizo ver que las series podían ser algo más que simplemente estar una hora de tu vida delante de la televisión. Me hizo sentir tanto en tan poco tiempo que, cuando terminaba un capítulo, me quedaba mirando los títulos de crédito finales en silencio, sin moverme del sofá, sin aliento y con la sensación de estar presenciando a cada minuto historia viva de la televisión. Quién iba a decirnos a esos locos que trasnochábamos cada domingo para ver un nuevo episodio que estábamos viendo historia. Y tal como empezó… se fue, haciendo historia. Pero la historia no se hace en hora y veinte, que es lo que dura el episodio final, sino en todo lo que te ha precedido. Es cierto que a la temporada final se la pueden poner muchos peros, que han ido rápido, que los arcos de los personajes han evolucionado de manera poco natural o que en muchas ocasiones han buscado más el efectismo que el realizar un buen guion. Pero tiene tanta emoción, cariño por el material y no ha sido tan complaciente con los fans de la serie que su final ha sido un broche de oro a ocho años de maravilla. Una serie que ha demostrado que en televisión se pueden hacer cosas importantes.
Recuerdo ver ese primer episodio con ganas de engancharme a la serie, cosa que ocurrió, lo que no sabía es que era una serie que iba a romper con las reglas. Y es que en una serie donde tu actor más conocido, Sean Bean, es decapitado en la primera temporada te deja entrever que el viaje no va a ser para nada el que te has podido crear en la cabeza. También ha cambiado las reglas porque antes en una serie de estas características, épica y lírica, la palabra no ha tenido nunca una importancia tan supina como en Juego de Tronos. Es más, muchos de los mejores momentos de la serie no han tenido espadas, arcos, escudos o dragones, han tenido a dos personajes conspirando, tejiendo sus hilos, intentando cambiar las cosas. Y es que, por mucho que duela a algunos fans, Juego de Tronos no es una serie sobre guerra y sangre, es una serie política, una serie de la disputa de diferentes casas por hacerse con el control de los siete reinos de Poniente. Y eso es lo que quizás más haya molestado de la última temporada, en donde vemos dos grandes momentos bélicos, pero es también la temporada que quiere recuperar la conspiración a través de la palabra, algo que se perdió por completo en la temporada siete.
Pero no voy a meterme en lo que es y deja de ser una temporada. Juego de Tronos también ha sido la serie de las sorpresas, de los cliffhangers o las grandes revelaciones. ¿Quién no recuerda el momento de Daenerys Targaryen levantándose con tres dragones recién nacidos del fuego donde arde Khal Drogo? ¿Quién no se quedó con la boca abierta y esperando un año para saber si Jon Snow iba a resucitar? Todo esto ha hecho que Juego de Tronos cobrase una importancia nunca vista en la cultura popular. Recuerdo estar horas y horas teorizando con gente sobre que pasaría en los capítulos, que pasaría en las siguientes temporadas o si Jon Snow se iba a despertar de la muerte. Jamás se me habría ocurrido pensar en estas cosas con otra serie. Ni siquiera ahora Stranger Things o Westworld han conseguido que mi cabeza pensará en ella más allá del día después. Juego de Tronos cambio las tertulias y eso hizo que muchos vieran la serie, para poder estar en esas tertulias al día siguiente. Eran tal el poder de atracción de la serie que de la noche a la mañana los fans habían aumentado de manera desorbitada. Y ahí hemos estado, pegados a la pantalla hasta el final de todo. Un final que ha dejado disipadas casi todas las dudas y ha optado por lo prudente, a la vez que valiente, poniendo como Rey a uno de los personajes que jamás entraron en las quinielas, de esos personajes que en la temporada seis y siete apenas tuvo protagonismo más allá de ser un mero espectador, algo parecido que en la octava. Brandon Stark, el cuervo de tres ojos, ha sido proclamado Rey.
Y un servidor lo apoya. Lo apoya por las razones que da Tyrion es el final: “¿Qué une al pueblo? ¿Huestes? ¿Oro? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla y ningún enemigo puede derrotarla ¿Y quién tiene mejor historia que Bran El Tullido?”. Y es que lo que dice Tyrion es la pura verdad ¿Qué hay mejor que una buena historia? Siempre estamos contando una, inventada o real, pero siempre estamos hablando, contando historias. Buenas o malas, eso el tiempo y el receptor lo dirá, pero es algo que hay que agradecerle a Juego de Tronos que, durante sus ocho temporadas, ha sabido contar una historia, con altibajos, no lo voy a negar, pero ha sabido aunar perfectamente guerra, política, aventura, misterio y fantasía. Ahora ya no hay miedo a querer contar historias fantásticas pues David Benioff y D.B.Weiss han conseguido que tanto público como crítica se pongan de acuerdo en algo. Algo parecido ocurrió con El señor de los anillos, pero no con El Hobbit, Juego de Tronos ha estado siempre en boca de todos. El tiempo que había entre temporada y temporada era usado para las suposiciones, las hipótesis y ver si alguno de los personajes había publicado algo que esclareciera lo que ocurriría en la temporada.
Creo que en todo esto está el valor de Juego de Tronos, más allá de muertes, guerras inmensas o cliffhangers de los que no se recuerdan, Juego de Tronos apostó por llevar al límite las novelas de George R.R. Martin. Seguramente ninguna otra cadena, o network, se hubiera atrevido a producir la serie más ambiciosa, épica y recordada de la historia. HBO fue consecuente con todo, dio libertad a sus creadores, confió en ellos y nos ha regalado los mejores ocho años que recuerdo en televisión. Sé que hay otras series, se que todos me vendréis con Los Soprano, The Wire, Breaking Bad, Perdidos, Mad Men o A dos metros bajo tierra. Todas ellas en el ranking más alto de las series, pero ninguna consiguió crear a su alrededor lo que ha creado Juego de Tronos. He vivido el final de todas ellas, al día siguiente se habían olvidado, Juego de Tronos no lo hará, pues es ya parte de la cultura popular de todo el mundo. Puede que su temporada final no haya dado lo que los fans querían, pero han sabido cerrar una trama realmente complicada, han tomado decisiones arriesgadas y al final lo que prevalece es el camino, no el final. Ahora que cada uno se imagine el final que más le hubiera gustado, así se mantendrá Juego de Tronos en la memoria de todos. En la memoria del pueblo. En la memoria de la historia. Juego de Tronos es la mejor serie jamás creada.
Gracias Jon Snow, Sansa Stark, Arya Stark, Brandon Stark, Cersei Lannister (la mejor villana de la historia de la televisión), Jaime Lennister, Tyrion Lannyster, Tywin Lannister, Ned Stark, Catelyn Stark, Ramsay Bolton (El mejor villano de la historia de la televisión), Missandei, Gusano Gris, Brienne de Tarth, Daenerys Targaryen, Gregor Clegane, Varys, Tormund, Jorah Mormont, Petyr Baelish… y a todos los personajes que han dado forma a esta fantasía. Siempre nos acompañarán. Gracias.
Y ahora mi guardia ha concluido.
Deja un comentario: