«¿Cómo se quita esta máscara?«
Paul Pope. Su sola mención nos hace pensar en cómic independiente y transgresor, en Battling Boy, en Dark Horse, en un estilo de dibujo diferente y claramente reconocible que ha sido utilizado por empresas tan diversas como DKNY o LucasArts. Sin embargo, la obra más reconocida de Pope llegó en 2007 de manos de DC y bajo el nombre de Batman: Año 100, una revisión futurística del personaje más popular de la editorial americana con vistas al estreno en 2008 de la famosa cinta de Christopher Nolan sobre el justiciero de Gotham.
Sorprendentemente, o no tanto a tenor de sus anteriores trabajos, Pope no optó por un Batman ultra-tecnológico ni por un heredero del legado de Bruce Wayne. No. El artista nacido en Filadelfia y criado en Ohio nos ofreció un futuro tenebroso en el que los avances son menores (un holograma aquí, implantes biocibernéticos por allá…) y la represión de la clase política hacia el pueblo llano es más que evidente. En medio de este panorama, y con los superhéroes vencidos y caídos en el olvido (un poco como El Viejo Logan de Millar), Batman resiste cien años después de su primera aparición reconvertido en un símbolo de la resistencia del pueblo a someterse a los dictados de unos pocos.
«Hemos tenido que… improvisar«
Este trabajo le valió a Pope dos Premios Eisner (Mejor Serie y Mejor Autor) en un año en el que se estrenaba con las grandes uno de los actuales pesos pesados de la industria del cómic: Jason Aaron. La depresión que siguió al inicio del nuevo milenio, perfectamente reflejada por el cómic, y la situación política de un mundo y una sociedad capaces de comulgar con la barbarie en pos de una seguridad falseada fueron las credenciales que le bastaron al artista para conquistar al jurado, que llevaba años buscando, por otra parte, la excusa para premiar a un autor prolífico y cuyos ascendientes (discípulo protegido de Moebius y dibujante por mérito propio en la Kodansha japonesa) lo hacen único a ojos del gran público norteamericano.
He de decir que, a mi entender, ese año no debió estar muy disputado el premio a la mejor serie limitada, porque Batman: Año 100 cuenta con algunos detalles que no son completamente de mi agrado y que descolocan bastante al lector. El primero de ellos no es otro que el peculiar estilo de dibujo de Pope. Si bien como rareza resulta hasta interesante, también resulta complicado seguir el ritmo de una historia en la que cuesta muchísimo mantenerse centrado ante unas expresiones faciales que rallan el estreñimiento, un abuso de las deformaciones y un completo exceso en el uso de las onomatopeyas que en ocasiones nos hacen pensar en un personaje viejo para luego hacernos ver que ha envejecido con él el paisaje que lo envuelve y los objetos que lo acompañan. Tampoco termina de convencer que no se nos cuente nunca cómo ha llegado la humanidad hasta el punto en el que comienza la historia o la vinculación de este Batman entre los nuevos Robin y Oráculo… o, ya puestos, por qué demonios es este centenario personaje el último representante de los superhéroes.
«Ya me has oído chaval«
A favor del cómic juega un relato rápido y ágil en el que el guionista demuestra su pericia al bastarle dos pinceladas para definir a cada personaje. La historia corre a toda velocidad conservando las señas de identidad del Caballero Oscuro (el aire detectivesco, las peleas de artes marciales, los gadgets…) a la para que explora las consecuencias de una sociedad entregada a sus más que cuestionables líderes. Esta capacidad del escritor de aunar ciencia ficción, relato heroico y denuncia social encubierta es quizá uno de los rasgos que más se tuvieron en cuenta a la hora de conceder el galardón de mejor escritor al responsable de una obra tan divergente dentro de la continuidad del hombre murciélago.
El Batman de Pope, convertido en una especie de V a lo Moore, nos es presentado como el único estandarte que se alza frente a la opresión. Despojado incluso de una identidad secreta que ya no se molesta en cultivar, Batman se nos aparece como un símbolo, como un hombre que ha trascendido las fronteras de lo humano para acercarse al mito y al que sus discípulos siguen como a un ser cuasi-divino y tenebroso. Pope trajo de vuelta en 2007 parte del espíritu del que Miller imbuyó a su Caballero Oscuro en 1987 cuando lo hizo retornar de su retiro forzado para encabezar la rebelión ante el poder que relató en un cómic que, por cierto, no se llevó ningún Premio Eisner.
DeBolsillo y ECC se dan la mano para traer de vuelta a nuestras estanterías un cómic que no deja indiferente a nadie a un precio más que competitivo y en una edición manejable y de bastante calidad (¡aunque falla en su corrección ortográfica en alguna página!).
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