«Parece que hay un individuo ahí dentro, pero su actividad cerebral es nula«
Corrían los 90, yo me rapaba el pelo para que tardase poco en secarse cuando salía de la piscina en enero (cosas mías, por aquello de no morir congelado) y un amigo de natación me prestó un cómic para que lo leyera mientras él terminaba de secarse la melena (¡Ja! Yo no tardaba nada). Lo siguiente que recuerdo es yo llorando de la risa de rodillas sobre un banco mientras mi amigo me pedía, por favor, que le devolviera el cómic y que dejara de montar escándalo. Se trataba del Dragon Fall #0, El Gran Juego de la Celulitis, y como buen fan de la serie de Bola de Dragón supe reconocer que… ¡Qué demonios! No reconocí nada, simplemente Dragon Fall me abrió los ojos al humor absurdo, el de cabezas huecas y chistes tontacos que he adorado cada día desde entonces y que me han llevado a escribir tontunas como las que de vez en cuando vierto en Cine de Barro.
Dragon Fall tenía algo que no había visto en los cómics que habían caído en mis tiernecitas manos hasta ese momento. Desprendía humor y buen rollo, sí, pero los dibujos estaban currados y eran prácticamente iguales a los de la serie (hasta el punto de que años más tarde me costaba diferenciar qué chistes pertenecían a tal o cual serie). Los cerebros tras la serie no eran los típicos que no tenían mucha idea y hacían chistes partiendo de la superficie, de lo que todo el mundo sabía. Dragon Fall despertaba una complicidad que no lograban otros muchos cómicos cuando trataban de acercarse a los personajes de moda. Y eso enganchaba.
«¡Tú a mí no me levantas la voz soplapollas!«
Dragon Fall contiene referencias a Akira, a películas del estudio Ghibli, a Marvel, a DC, a Star Wars (¡cómo no!)… Todas ellas siguiendo, más o menos, el guión de la serie original, pero añadiéndole colorido y pitorreándose de la seriedad en la que Dragon Ball caía en ocasiones. Así, el guión no caía nunca en la simplicidad que hoy en día observo en las famosas series de «cabezones» (ni el dibujo tampoco, oiga) y esto se traducía (se traduce) en que le podías dedicar un rato más o menos largo a leer cada tomo y al tiempo, el retorno a su lectura seguía siendo tan divertido como la primera vez.
No voy a afirmar que Dragon Fall sea el mejor homenaje que se haya hecho jamás a la serie de Akira Toriyama, pero sí diré que se hizo desde el amor por el original y con muchísimo respeto por el mismo (porque uno puede, y debe, reírse de lo que respeta). Esto hace que la serie de Álvaro y Nacho vuelva hoy, en un momento en que los más críos sólo conocen a Goku, Bulma y los demás por los múltiples videojuegos de las consolas de última generación, con más fuerza que nunca, para reclamar su puesto dentro del cómic de humor patrio y para enseñarles a los novatos que eso de las parodias ya estaba inventado mucho antes de los Rarutos y los Cabezones de Hierro.
Dolmen se ha decidido a reeditar la obra completa en formato kazenban (aunque de sentido de lectura occidental, no os asustéis) y por el ajustado precio de 12 eurillos. Sólo se echan de menos las descacharrantes portadas de cada capítulo, ahora relegadas a un triste rincón en la solapa para poder presumir de un regreso completo y triunfal de uno de los cómics que más me han marcado como anormal y como persona.
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